Capítulo 23: El camino de las flores

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Si bien no esperaron un segundo para comenzar a correr en su dirección las enredaderas del invernáculo parecieron creer que no iban lo suficientemente rápido. Su silenciosa danza transmitía pánico. Empujaban a las chicas por la espalda para apurarles, intentaban enarbolar sus tobillos y muñecas mientras bajaban las escaleras para obligarles a ir más rápido.

El aire olía a miedo. Las plantas desesperadas de las zonas más altas de la cúpula no hacían más que removerse inquietas y enredarse entre ellas.

Las plantas podían verlo todo. Sabían qué estaba pasando y creían que era grave. En cambio las dos chicas no tenían idea. Corrían tan rápido como sus piernas lo permitían al tiempo que intentaban no caer por culpa de las enredaderas en sus tobillos. Gritaban el nombre de su amiga sin obtener respuesta alguna.

Bajaron la enorme escalinata de hierro y cruzaron la sección del invernáculo donde Lucía solía estar. La puerta de entrada estaba abierta. Varios cristales rotos, las flores muertas de miedo y la princesa de Vitae desaparecida.

― Luci...― Susan corrió hacia el último lugar donde la había visto. Solía estar de rodillas en el suelo, agregando tierra a una maceta...― ¡Lucía! ¡Lucía, ¿donde te metiste ahora?!

Victoria observó a su amiga, Susan estaba en pánico y si bien la situación lo ameritaba era algo nuevo en la princesa de Aqua. La humana pasó a observar las flores. Todas estaban alteradas y las exclamaciones de la princesa les ponía peor.

― Susy― musitó Victoria tan cuidadosamente como pudo― Recuerda que... les incomodan los sonidos fuertes.

― ¡Me da igual qué le incomoda a un montón de hierbas de jardín! ¡Lucía no está!

Victoria no era una experta en las costumbres de las enredaderas mágicas pero llegó fácilmente a la conclusión de que «hierbas de jardín» resultaba un término muy despectivo.

Las flores más hermosas eran demasiado orgullosas para sentirse afectadas por tal cosa, se limitaron a girar el rostro en actitud soberbia pero aquellas adornadas por espinas no parecían nada dispuestas a dejarlo pasar.

Quizá fueran lentas y simples enredaderas, pero las había venenosas y letales. Por eso apenas Victoria leyó sus intenciones de atacar avanzó hasta su amiga y habló en su nombre.

― La princesa de Vitae― dijo suave pero con proyección suficiente para que su voz se escuchara en cada rincón del invernáculo.― Ella es la prioridad. Ustedes saben qué sucedió. Tienen que decirme. Cuando Luci esté bien Susan se disculpará por lo que dijo.― las enredaderas estaban tan ofendidas que no querían ayudar por lo que la humana debió insistir aun más ― Es su princesa. Yo sé que a ustedes les importa mucho. A nosotras también... sé que no soy de aquí y no las entiendo pero... por favor. Las necesitamos. Luci las necesita.

Las enredaderas mantuvieron una especie de conversación entre ellas pero no tardaron más de un instante en decidir ignorar el comentario de Susan. Una hiedra con hojas color anaranjado oscuro hizo a la chica una señal y pese a que ésta no entendía en lo más mínimo eso de «Escuchar el silencio» descifró de inmediato a qué se refería.

Dirigió sus ojos al suelo de tierra, examinándolo con cuidado.

Habían diez marcas sobre la superficie, líneas rectas agrupadas de a cinco. El descubrimiento no hizo más que empeorar los presentimientos de Victoria. Sobre la tierra habían marcas de uñas, como si hubieran cogido a su amiga y ella hubiese intentado aferrarse al suelo.

― La atacaron.― dedujo Susan y de inmediato se puso en pie para observar el suelo.

― Hay más marcas. ― Victoria avanzó siguiendo cada mínimo rastro en el suelo.― se dirigen...

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