Capítulo 27: Muñeca tamaño real

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La chica estaba quieta como una estatua y así permaneció cuando Carmín sujetó uno de los bucles de su cabello y lo estiró como un resorte. Girando a su alrededor, la princesa del reino Sol le examinó con cuidado. Lucía estaba pálida y sus ojos estaban pintados de un endemoniado tono blanco.

—Parece una muñeca —comentó divertida al tiempo que golpeaba la mejilla de Lucía con un dedo como parte de la investigación, descubrió así que su piel estaba terriblemente fría— ¿Siente algo? ¿Puede verme?

Prolico alzó con desgano la mirada a su sobrina. Le observó mover la mano delante de los ojos de Lucía buscando que ésta reaccionara de alguna manera, cosa que obviamente no sucedió.

—No siente nada —aseguró— Pero no lo tomes como un aliento para lastimarla. No la traje aquí para que juegues con ella. Y tampoco puede verte. Ya deja de hacer eso.

—Te pedí una amiga para divertirme —rió Carmín— ¿Acaso no fue por eso que la trajiste? ¿Mi propia muñeca tamaño real? Para jugar... y para hacer sufrir a la linda Victoria a través de ella.

—No —le cortó Prolico con tono autoritario— No fue por eso. Todo lo que necesitaba de Lucía era el libro de la Torre del Conocimiento. Si la mantengo aquí es porque te necesito a ti y ella se encargará de protegerte. Los príncipes le quieren. No hay mejor escudo humano. Tengo mucho que leer, Carmín, si te dejo sola con ella, ¿me prometes que no le harás daño?

La princesa suspiró, molesta. No entendía como una tonta princesa tan pequeña y de aspecto frágil podría protegerla de algo. Pero para suerte de su tío, no le apetecía protestar.

—Está bien. No la lastimaré, pero a cambio quiero que me enseñes un hechizo nuevo. Uno de esos que tu usas, con escudos de energía y rayos eléctricos.

—Te enseñaré lo que quieras si te comportas. No salgas de la casa sola. Sabes que es peligroso y por favor no molestes al triso.

—Como usted quiera, señor aburrido.
Prolico había aprendido por las malas a no confiar demasiado en su sobrina. Ya se había escapado una vez. Era una adolescente rebelde e imprudente además de extremadamente malcriada. Pero aun así decidió correr el riesgo y dejarla sola. Debía ordenar sus prioridades y Carmín estaba muy abajo entre ellas.

Cargando su libro robado entre las manos se dirigió al estudio de la casa, sitio donde esperaba poder sentarse tranquilo a descifrar las escrituras y planear cual sería el siguiente paso de su plan.

En tanto Carmín se dejó caer en uno de los sillones, justo a un lado de un pequeño triso. El animalito cubierto de suave pelaje blanco se sobresaltó por la presencia de la princesa. Deseó huir o morderle una mano pero se hallaba muy débil para moverse. Llevaba una profunda herida en el estómago que le había dejado la noche entera tendido sobre ese sillón, transformado en una pequeña y triste bola.

—Das pena, tonto gato alienígeno –comentó Carmín, frustrada por la falta de respuesta de la criatura— Exageras mucho todo este asunto de la puñalada. Prolico dijo que mejorarás.

Luchando con su dolor el triso se paró sobre sus cuatro patas peludas y juntó fuerza para dirigirle un molesto gruñido que dejó a la vista su boca de dragón, cubierta de filosos dientes y con una amenazante lengua bífida.

—No asustas, bola de pelo —rió ella y empujó al triso algunos metros sobre el sillón. La criatura decidió que era mejor alejarse para evitar problemas. Con la cabeza gacha y mientras luchaba con su dolor, bajó del sillón de un salto y subió al mueble más alto que encontró con la esperanza de que Carmín le dejara en paz. Allí volvió a hacerse una bola y, tras dirigir a Lucía una mirada triste, cubrió su cabeza con su pata e intentó aislase del mundo para lograr descansar.

—Idiota —gruñó Carmín al tiempo que se ponía en pie decidida a buscar algo con lo que divertirse. Se dirigió a la chica estatua y se paró delante de ella para poder verla a los ojos. Realmente parecía una muñeca. Facciones delicadas y perfectas, mejillas con un leve atisbo del tono rosa que las caracterizaba antes del veneno.

—Eres realmente bonita —pese a estar diciendo algo bueno el tono de la princesa se escuchó incluso más oscuro y la razón era bastante simple: estaba celosa.– Típica princesita tonta. Tienes muchos amiguitos, ¿no es así? Si todos ellos no fueran un montón de idiotas no me molestaría ser tu amiga. Deberías estar agradecida. Te libré de tu superficial vida. Ahora puedes ser mi muñeca. Llevo años sin jugar con una, ¿qué puedo hacer contigo?

Lucía estaba hechizada para seguir las órdenes de Prolico pero cuando Carmín utilizó un tono alto y demandante para indicarle que se sentara, ésta cumplió de inmediato. Moviéndose cuidadosamente, con sus controlados movimientos de robot, Lucía tomó asiento en el sillón.

—Te luciría muy bien el cabello recogido. Vi el moño en Internet pero jamás pude hacerlo en mi propio cabello.

La rubia se ubicó a la espalda de Lucía y comenzó a trenzar su cabello. Ella quería convencerse de que usaba a su nueva muñeca para practicar sus habilidades de peluquería pero, a decir verdad, si fuera así no se habría esforzado tanto en no tirar de su cabello mientras la peinaba.

A un par de habitaciones de distancia Prolico acababa de encontrar lo que buscaba. En una de las últimas páginas del libro estaba ese hechizo por el que había tomado la decisión de robar la torre del conocimiento.

El desterrado heredero del Sol deslizó la mirada por el papel, cada vez más nervioso. Sus vagas memorias de aquel encantamiento no guardaban información detallada de todo lo que necesitaba. Ya había olvidado cuán difícil era. Los ingredientes eran objetos poderosos en sí mismos, extremadamente complicados de encontrar.

Mientras se frotaba la cien en una vana lucha por detener su dolor de cabeza, Prolico intentó ordenar sus ideas. Armar su plan. No sería fácil pero estaba dispuesto al riesgo. Aquel hechizo estaba entre las pocas cosas lo suficientemente poderosas para lograr su objetivo. Tenía que resultar.
Alejó la mirada del libro para volverla al gran cuadro que permanecía allí colgado. Observó a la hermosa chica de cabello oscuro hasta gastarse la mirada.

—Me encargaré de que resulte— declaró en voz alta— No importa lo que deba hacer, te prometo que resultará.

IncontrolableWhere stories live. Discover now