Capítulo 55: No estaba aquí

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Cindie se dedicó a convencer a todos de que sabía perfectamente a donde se dirigían. Creía saberlo. Marizan le había mostrado un mapa, le había indicado el camino, pero también le había mencionado lo difícil que era confiar en él.

Tan pronto el grupo atravesó el enorme portón de hierro se encontró en medio de un parque envuelto en bruma. Un camino de roca avanzaba de forma recta hacia el centro del sitio donde, según había visto en los mapas, debía encontrarse la construcción que resguardaba el cuerpo de la antigua reina.

Poco en el lugar daba la precisa impresión de miedo. Flores blancas y rojas crecían en torno a los caminos, los arbustos lucían perfectamente podados y hermosos sauces de hojas caídas custodiaban pequeños bancos de madera dispersos por el parque. Podría ser un lugar donde cualquiera desearía sentarse a descansar por las tardes, al menos, ignorando que ningún rayo de sol se filtraba a través de la densa niebla y, pese al aparente orden, hacía cientos de años desde la última vez que alguien había entrado a podar los arbustos y barrer las hojas.

Era precisamente esa niebla lo que causaba el miedo. La falta de información de lo que les rodeaba y la presente sensación de que algo podría hallarse allí, entre los árboles, aguardando, observando.

Nadie hablaba y, por primera vez, el grupo tomó la decisión de cumplir la primera ley de sus misiones en Porren: mantenerse juntos.

O al menos ese fue su objetivo.

Procuraron estar cerca pero, entre la niebla y sin poder estar seguros de qué era real y qué no, nadie fue consiente del punto exacto en que se separaron. Fue algo paulatino, con poco de verdad.

Victoria notó a su mejor amigo alzar ligeramente la mirada, le vio agudizar el oído. Estaba sintiendo algo. Algo que solo él sentía.

—Oye... —murmuró ella, a la vez que apoyaba una mano en su hombro para llamar su atención.

Él no contestó. Victoria sintió su cuerpo tenso bajo los dedos. Sus ojos se abrieron como platos y por un segundo su corazón pareció paralizarse. Su mirada estaba clavada en un punto del parque, algo que entre la niebla parecía tener la forma de una fuente blanca en la que no corría nada de agua. Ella miró también ese sitio, sintió la realidad distorsionarse, como si no supiera si esa niebla no era una tela delgada que escondía algo más.

Tardó en notar que su amigo se había lanzado corriendo en esa dirección, ó, para ser más exactos, diré que jamás notó ese punto en cuestión, sino que le vio cuando ya se había alejado varios metros.

Ella corrió tras él, sintiendo al tiempo moverse de forma extraña, lenta y rápida. Nadie les vio alejarse hasta que estuvieron perdidos entre la niebla.

Victoria alcanzó la fuente con velocidad y se apoyó junto a su amigo en el muro que en algún momento contenía el agua que brotaría de la escultura en el centro del círculo de mármol. Era un ángel tallado sobre piedra blanca que en algún momento debió de lucir majestuoso pero el tiempo le había quitado brillo, cubriendo de suciedad y hongos sus alas y rostro.

Mariano observaba el sitio donde alguna vez estuvo la piscina de agua y Victoria no entendió qué sucedía hasta que allí hubo agua otra vez. Una lágrima brotó de los ojos del chico y fue a parar al interior de la fuente.

La humana vio lo que él veía solo un instante, en un flash rápido, producido por el reflejo de la luz en esa gota al caer sobre la superficie de mármol. Visualizó la fuente llena y funcionando, delgados chorros de agua saliendo de forma elegante del pedestal sobre el que el ángel se paraba erguido y firme. El líquido cristalino formaba una imagen distorsionada en la que su reflejo no existía, pero sí el de su mejor amigo y, junto a él, la silueta inestable de una mujer de brillante sonrisa y ojos arremolinados.

Ella sintió su propio corazón encogerse de dolor, sus ojos empañarse. Su mano se apoyó en el brazo de su amigo, produciendo una nueva distorsión de la realidad en la que la fuente volvió a hallarse vacía.

Recién entonces él se volvió a ella, con aire confuso y ojos húmedos. Ella le abrazó sin meditarlo un momento, se lanzó a sus brazos y se apoyó en su pecho.

—No fue real... —musitó despacio y ante sus palabras, Mariano hizo lo que solía hacer cuando el dolor le sobrepasaba, se mostró pequeño, pareció encogerse y se apoyó en su amiga con necesidad.

—Lo sé —reconoció. Su voz tembló con violencia al pronunciar las palabras, todo su cuerpo temblaba—. Lo sé. Mamá no...

—No —le ayudó ella—. No estaba aquí —la voz de la chica era totalmente calma, suave y cálida, su abrazo tenía la particularidad de hacer a Mariano sentir plenamente protegido y a salvo—.

—No era la imagen que tenía de ella, no fue lo último que vi. Parecía... saludable, curada. Sonreía, no como lo hizo en el hospital, sonreía de verdad y no para evitarme el dolor de verla sufrir. Así era ella cuando era un niño y supongo que... me alegra recordarla. Creo que es la imagen que ella querría que guardara, el tipo de cosas que querría que Teo creyera de su madre. Algunas veces... odio pensar que él tuvo consciencia de la realidad cuando ella estaba grave, nunca le conoció feliz y rebosante de energía. Era muy pequeño, demasiado... Si al menos ella hubiera podido...

Su tono se ahogó por completo. Sollozó y las lágrimas mojaron el hombro de Victoria.

—Estar para él —completó ella—. Verle crecer. Sé que lo hubiera querido, e igual contigo. Sé que ella adoraría ver lo que ambos son ahora, estaría orgullosa.

Mariano tenía tendencia a dudar de eso. No siempre creía que su madre le miraría con orgullo de estar ahí, no daba a su hermano menor el tiempo que necesitaba y, pese a saber que él era toda la compañía que Teo tenía en las tardes, algunas veces no le escuchaba, no le ayudaba. Su madre no habría querido eso... Tampoco habría querido que ellos estuvieran solos tanto tiempo, no querría dar a su hijo la presión de cuidar de Teo. Ella no quería morir. Mariano guardaba ese recuerdo, sabía que había luchado por quedarse hasta el último momento.

Y era tan injusto...

—Haré que se sienta orgullosa —aseguró el chico con decisión, procurando apretar los labios para que su tono no temblara—.

Él se apartó de ella despacio, observó el rostro de su amiga, con las mejillas húmedas y los ojos empañados, daba la impresión de sentir frío y su cabello se había parado un poco, producto de la humedad y la niebla. Pese a todo, ella le mostró una sonrisa suave y sus ojos destellaron, algo que tal y como siempre, trajo más luz al mundo.

Una visión más luminosa apartó por un momento el recuerdo de su madre de la cabeza de Mariano, al menos, el tiempo suficiente para que pudiera mirar a su alrededor, al parque sumido en las tinieblas. Ambos cayeron a la vez en la realidad: se habían apartado del resto del grupo y estaban totalmente solos.

Debían volver al camino, y avanzar rápido, intentar reencontrarse con los demás pero, en un instinto casi antinatural, ambos se volvieron a la escultura del ángel a su lado y divisaron más allá de ella a la figura que los observaba.

—Dime que tú también la vez —murmuró Mariano, despacio, a la vez que se apresuraba a tomar de forma protectora la mano de su amiga.

Era el contorno de una mujer.

Desprendía un intenso resplandor, su cabello, totalmente blanco iba recogido en un moño delicado y su cuerpo estaba cubierto con un vestido holgado también blanco que arrastraba a sus pies como la estela de un cometa. Se veía un bulto en su abdomen, oculto por la tela de su vestido, llevaba un bebé en el vientre y, por la oscuridad de su mirada, su futuro hijo no le causaba gran felicidad.

En su aura blanca lo único negro eran sus ojos y las profundas marcas bajo ellos. Seguro había sido hermosa y joven, pero lucía enferma y débil.

Ella dio media vuelta al notar que los chicos le miraban. Desapareció un momento para aparecer de nuevo algunos metros más lejos.

—Le veo —pronunció Victoria con cuidado—, y creo que quiere que la sigamos.

IncontrolableWhere stories live. Discover now