Capítulo 115: Él era el ataque

42 5 3
                                    

—¡Victoria! ¡Victoria, despierta! ¡Vick, por favor!

La humana escuchó eso. Bajo y difuso, pero claro. Era un grito, desesperado por respuestas.

—Cierra la boca, cambiante —gruñía la voz de Prolico— asume que esto ya ha terminado.

Victoria abrió los ojos. 

Estaba en el suelo, echada de lado sobre una calle de piedra. A su alrededor, formando un círculo irregular, la envolvía el fuego.

Empezó por reconocer su cuerpo. Sus manos estaban sujetas juntas frente a su torso, atadas con firmeza por lazos mágicos, que parecían apretarle más cuanto más se resistía a ellos.

—Despertó —anunció Carmín, como si se tratase de un dato realmente aburrido— ¿La noqueó de nuevo?

—No. Las Arias se sentirán más atraídas a ella si se resiste.

"Arias". Entre las tantas criaturas retorcidas que Porren había puesto delante de Victoria, las Arias eran unas que jamás olvidaría. Su solo nombre trajo a la chica un miedo desesperado, que le llevó a revolverse sobre el suelo, buscando enderezarse sin éxito.

Debía huir. De alguna manera.

Recorrió todo a su alrededor con una mirada. Carmín estaba a poco más de un metro de ella, haciendo de guardia por si algo escapaba de los planes. Prolico se ubicaba cerca también, ya tenía listo en su mano eso a lo que Victoria temía: un Aria encerrada en una esfera de cristal.

De todo eso, lo que más le dolió encontrar fue a Nicko. El chico estaba de rodillas en el suelo, con las manos atadas y los ojos terriblemente rojos de llorar. Su rostro iba empapado en lágrimas y su cuerpo temblaba de impotencia.

Ambos cruzaron miradas. Victoria desde su sitio en el suelo, Nicko apenas más arriba. Los separaban casi tres metros, pero fue un intercambio intenso que dolió al chico como un puñal.

—¿Por qué...? —Victoria tosió humo y polvo antes de poder acabar su frase— Si me querían a mí... ¿Por qué destruir este lugar?

—Nada atrae más a alguien como tú que personas en apuros.—explicó Prolico— ¿Por qué este lugar precisamente? Digamos que un chico desobediente merecía una lección.

Se volvió a Nicko al decir la última frase y, aunque Victoria no acabó de entender a qué se refería, si vio lo mucho que lo había dañado.

—Será rápido, pequeña —prometió Prolico, a la vez que se acercaba a la humana con el Aria entre las manos— No dolerá.

Victoria deseó afrontar todo aquello con los ojos cerrados. Se sentía atrapada y vulnerable. No tenía escapatoria. Al volverse a Nicko por última vez, fue casi con la intención de decir adiós.

«Mírame —dijo él, moviendo los labios, pero sin emitir sonido— Mira mis manos».

Prolico y Carmín estaban muy ocupados cuidando de Victoria para ocuparse del fohis, por lo que nadie más que la humana fue capaz de ver lo que planeaba.

Había algo entre sus dedos. Sus manos atadas se removieron una sobre la otra, desplegando lo que parecía un papel antiguo. Dibujos de tinta muy negra vieron la luz ante la humana. Los ojos de la chica se abrieron grandes: Nicko había arrancado una hoja del libro del destino.

En un segundo Victoria recorrió cada centímetro de papel con la mirada. Se sintió avanzar por los caminos de tinta. En el laberinto del destino... había un camino que la sacaría de allí. Debía de haberlo.

Cerró los ojos, los apretó con fuerza. Como en la última ocasión, se vio a sí misma recorriendo un millar de caminos. Vio como convergían a un fuego central e intenso. Desesperada, corrió a través de él. Avanzó sin rumbo, a ciegas. Ningún camino la llevaba a sitio alguno.

IncontrolableWhere stories live. Discover now