Capítulo 37: Pararrayos

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Todo sucedió en un instante o, si eso es posible, incluso en menos tiempo. Ella sintió la energía del rayo en su cuerpo en forma de un hormigueó intenso en su interior, pero jamás alcanzó a ser dolor. Jamás tuvo miedo a él.

Misteriosa y extrañamente sabía lo que hacía a la vez que no lo entendía en absoluto. Todo lo que ella pensó, lo único que comprendía, era que debía cuidar de Teo. Por encima de todo, lo más importante era cuidar de Teo.

Antes de alcanzarlos, el rayo, que estaba ubicado exactamente por encima de su cabeza, se separó en varios cientos de pequeños rayos y, cada uno de estos se desvió formando una gigante jaula eléctrica alrededor de Victoria y Teo. Podría decirse que el espectáculo de luces fue hermoso pero la humana no tuvo mucha oportunidad de apreciarlo. Cuando cada parte del rayo alcanzó a tocar la tierra, ella debió asegurarse que el golpe de electricidad no llegara a ellos, desviando la corriente por el suelo tan lejos como le fue posible.

Fue algo instantáneo. El rayo se desvió y el cielo se oscureció. El mundo entero se oscureció.

Lo siguiente que Victoria pudo sentir: el claro sonido del cristal al romperse y un vago momento de confusión. Sus piernas perdieron la fuerza, pero no supo si caía porque no sabía donde estaba el suelo. No supo si sus ojos estaban cerrados, pues tampoco había luz que le ayudara a entender la diferencia.

―Victoria...― la voz resultó suave, un susurro lejano― Vick...

Ella recuperó la consciencia muy de a poco. Primero notó que él aún mantenía una mano apoyada en la suya. Devolver el gesto le costó, debió gastar mucha energía para deslizar su mano lo suficiente para tomar la de él. Casi de inmediato él la abrazó, el rostro del niño se apoyó en su pecho y así fue hasta que ella abrió los ojos.
Estaba recostada en el suelo boca arriba por lo que lo primero que vio, más allá del húmedo chico que la abrazaba, fue el "techo" de la habitación. "Techo" entre comillas porque allí donde éste antes había estado ya no quedaba nada, lo cual no era tan malo porque le permitía ver las nubes pero no le obligaba a intentar pararse sobre ellas.

Tan despacio como pudo, ella buscó integrarse para entender la nueva situación. Estaba mareada y su cuerpo entero dolía. Mateo, tras notar que le hacía daño, no lo pensó dos veces antes de apartarse.

El niño ayudó a Victoria cuando esta se puso en pie trabajosamente.

La chica respiró profundo antes que nada, luego intentó entender lo que había sucedido allí. Cada espejo de la habitación había sido destruido, quedaban solo restos de todo, esparcidos por el piso que antes solía ser de cristal. El suelo y las paredes estaban cubiertos de grietas y marcas que no causaban ninguna buena impresión, las paredes que aún quedaban en pie se vendrían abajo en poco tiempo.

Pero eso no era lo más sorprendente. La luz del Sol de fuera permitía ver a contra luz el brillo dorado del campo de fuerza que los rodeaba. Una cúpula pequeña que había impedido que la explosión de cristal y la caída del techo los matara a ambos.

Victoria alzó la mano a ella, con la esperanza de sentir su tacto. Pero tan pronto se acercó, esta desapareció por completo, dejando tras de si solo la marca de su antigua seguridad: un circulo marcado en el suelo por los trozos de cristal y cemento que lo rodeaba, el único sitio de la habitación donde no había una sola marca o rasguño producto de lo sucedido.

―¿Vick...? ¿Estás bien?― la pregunta sorprendió a Victoria, no porque fuese Mateo quien la pronunciara, sino porque no sospechaba dar la impresión de estar mal. Había estado examinando la situación pero su memoria no parecía funcionar lo suficientemente bien para indicarle cuanto tiempo estuvo así.

Ella asintió despacio. Miles de todos los espejos reflejaron el lento movimiento de su cabeza, esto le causó aún más impresión y mareo. Pensó que vomitaría en ese mismo momento pero se limitó a cerrar los ojos y responder:― Estoy bien, Teo. Pero no soportaré un minuto más en este cuarto.

IncontrolableWhere stories live. Discover now