Capítulo 66: Caricias de lluvia

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El nuevo trabajo de Nicko no era todo alegrías.

Quizá había encontrado una extraña satisfacción asistiendo a las clases de Carmín, le emocionaba colarse en el mundo humano, jugar a entender sus costumbres, fingir que allí pertenecía. Allí podía adoptar la forma que quisiera, ser otro, alguien tan corriente como cualquiera. Era su oportunidad de no ser un bicho raro por un rato.

Al parecer, solo él se sentía a gusto entre tantos desconocidos. Ese era el punto malo: Ver a la princesa del Sol venirse abajo poco a poco.

Cada día, en la forma de una golondrina, Nicko acompañaba el coche de Carmín hasta su casa. Su hermosa casa, de altos techos y patios amplios. No era un palacio pero lo tenía todo, al igual que el hogar de su madre, tenía paredes de cemento frías, grandes y silenciosas.

He ahí un problema grave para una mente trastornada: El silencio.

Carmín pasaba sola la mayor parte de sus días. Incluso con sus padres dando vueltas por la casa, ella podía encerrarse en su gran habitación, usarla para encerrarse en sí misma.

Toda esa oscuridad que habitaba en Nox, esa que había consumido el poder protector de la princesa, aún la consumía. No recordaba nada de lo vivido, más no podía arrancar de su cabeza todo el dolor y la desesperación que sintió. Pocos encantamientos eran tan fuertes para lograr eso.

Necesitaba ayuda. Alguien con quien hablar... alguien que le mirase a la cara y le entendiera. Necesitaba una sonrisa, de esas que te hacen sentir a salvo aunque el mundo alrededor se venga abajo.

Él sabía perfectamente quién era esa persona. Temía causarle un dolor innecesario mas,... no podía dejar que Carmín se destruyera a sí misma.

Era una tarde de tormenta. Agua corriendo en cascadas en las calles, árboles azotados por fuertes ráfagas de viento, relámpagos a la distancia. Había encontrado a los estudiantes en clase, a pocas horas de salir.

A Carmín poco le había importado. Poco le importaba todo en general. Le distraía ligeramente la luz de la tormenta en el horizonte, lo sentía como una gran señal de peligro.

Al salir del colegio, se percató, con rabia, de que nadie le esperaba en la puerta como cada día. Su chofer no había llegado y no llegaría.

Ella esperó más de una hora en vano, bajo la lluvia y con la piel desprotegida del intenso frío. Nadie atendió a sus llamadas, nadie se ofreció a ayudarle.

Hacía un tiempo, había comenzado a creer que no podía sentir. Estaba tan ajena que no le importaba el frío, ni el calor, no le importaba sentirse sola ni triste, pero esa tarde se quebró lo poco que quedaba sano.

Toda ella temblaba. Estaba empapada de pies a cabeza, el viento le golpeaba en fuertes ráfagas y el frío era tanto que volvía aun más pálida su piel y teñía sus labios de un tono azul enfermo.

Lloraba cuando tomó la decisión de ir a pie hasta una parada de autobús. Le dolían los dedos entumecidos de frío, le asustaba la posibilidad de perderse y no llegar a casa pero de todo eso, lo peor, lo que más la lastimaba, era la idea de que su chofer le había fallado. Él estaba ahí siempre, por ella y, de alguna forma, le importaba. Pero él, como todos, le había abandonado.

Estaba sola. Total y malditamente sola. Tanto que ni el tonto hombre al que sus padres pagaban por ir a recogerle había acudido.

La parada de autobús estaba desierta también. Tenía un pequeño techo, pero el viento no lo volvía un buen sitio para cubrirse del frío y la lluvia. Aún así, Carmín se sentó en la pequeña banqueta de cemento y, con el rostro apoyado en las rodillas, dejó caer sus últimas lágrimas.

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