Capítulo 120: De nuevo

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El palacio del Sol era luminoso como una antorcha en el cielo nocturno. Sus paredes resplandecían, como cristal reflejando la luminosidad del medio día. Tenía picos más altos y filosos que cualquier otro lugar en todo Porren, parecía incluso rascar las propias nubes.

Cada reino había depositado allí su mayor ejército. Envolvían la gigantesca explanada de pasto que rodeaba al palacio como un guante. Un guante del brillante tono de una armadura reflejada por el sol.

En el cielo, bandadas de criaturas aladas protegían las torres. Desde los más hermosos ángeles, hasta seres cubiertos de escamas y tentáculos. Allí estaban todos, armados con filosas espadas, con babeantes y grandes dientes, o garras del tamaño de una sala entera.

—Es invulnerable —afirmó Carlos—. Tiene que serlo.

Justo delante del chico, una de las grandes paredes transparentes del palacio, le daba una vista precisa de toda la escena. Era una noche silenciosa, calmada y estrellada. Desde esa distancia, cada soldado parecía poco más que una mota brillante sobre el pasto, una mota estática y tranquila, en un mar de otras motas.

¿Qué podría perturbar una noche tan hermosa?

Pese a la inmensa demostración de poder que los reyes habían desplegado, los ojos de Lucía estaban inyectados en dolor y miedo. Quizá los de todos ellos lo estaban, pero los de Lucía fueron los que más resaltaron ante la mirada inquisitiva de Carlos.

—Todo estará bien —afirmó, tan pronto notó que ella había captado su mirada sobre sí—. Ganaremos esto, detendremos a Prolico, recuperaremos a Vick.

Lucía se volvió a él. Lo miró. Pero no dijo nada. Aun así, fue como si lo hubiera dicho todo. Allí estaba todo su dolor, las lágrimas contenidas. Pero también había rabia. Allí estaba la flama de la guerra.

—Prolico tiene un ejército —dijo Cindie, de pie tan solo a unos metros— Puedo sentirlo.

—Lo despertó de las profundidades de Nox usando el poder de Victoria —explicó Mariano—. Tal como Marizan aseguró que sucedería. Como Amars lo hizo antes.

El grupo entero asintió. Sabían lo que se avecinaba. Lo sentían en la sangre.

El sonido de una trompeta inundó el aire. Fuerte y grave, parecía provenir de todos sitios.

—Es el primer ataque. Ya empezó.

Aquellas palabras apenas temblaron en el tono de Cindie. Quizá la vida nunca le había preparado para enfrentar aquello, pero estaba dispuesta, sin importar cuanto su corazón golpeara en su pecho.

Carlos tragó saliva.

Clara y Susan se tomaron de la mano.

Mariano respiró profundo.

Lucía activó sus alertas. Rememoró como un mantra sus más fuertes hechizos.

El ejército de Prolico comenzó a aparecer en el horizonte.

Eran soldados de tierra negra. Humanoides, pero tan grandes como dos personas. Con brazos largos y torcidos como ramas, terminados en filosos pinchos, o sujetando largas lanzas. Tenían rostro, mas, daba la sensación de que se caería en cualquier momento, era una masa goteante de lodo, que pretendía emular unas facciones, pero solo parecía carne despellejada.

Estaban lejos. Separados por más de un kilómetro del ejército de los príncipes, pero resaltaban con una ferocidad macabra.

—Tienen sus ojos —musitó Lucía, con la voz rota— Todos ellos. La convirtieron en eso.

Aquellos monstruos de tierra eran sombras oscuras en la noche del reino sol, pero sus ojos destellaban como un ejército de estrellas. Sus lanzas resplandecían de dorado cuando el reflejo del palacio daba sobre ellas. Ahí estaba toda la vida que al cuerpo de Victoria le faltaba.

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