Capítulo 65: Tontos cuentos fantásticos

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Ella observó sus propios ojos. Parpadeó varias veces, intentando enfocar la mirada en su imagen.

Al despertar había encontrado un mundo extraño. Su misma realidad de siempre, pero ligeramente más turbia y confusa, como si la viera a través de un vidrio empañado.

De pie frente al lavamanos ella empapó su rostro con agua fría varias veces, con el afán de sacarse esa ensoñación de arriba. No funcionó. Se sentía como si la noche anterior hubiera corrido una maratón y así había sido la última semana.

Habían dos bolsas profundas bajo sus ojos que buscó cubrir con maquillaje sin grandes resultados. Se veía desastrosa, incluso los bucles de su cabello parecían cansados y tristes.

Al final optó por atar todo su cabello y salir enojada del baño de su casa golpeando la puerta a su espalda. Tenía cosas más importantes de las que preocuparse, el tonto examen de literatura y la tonta Ilíada, por decir un ejemplo. Tontos cuentos fantásticos, historias sin sentido ni valor.

Tomó su mochila y se lanzó con desgano al exterior de su casa. Era una mañana fría y ventosa pero últimamente sentía su cuerpo tan ajeno que siquiera era capaz de sufrir por eso.

El chofer le esperaba afuera para llevarle al colegio. Ella entró sin decir "buen día", siquiera le dirigió la mirada. Nadie se sorprendió.

Al llegar tampoco se despidió, no agradeció. Desde hace meses había dejado de hacerlo. Desde hace meses habían cambiado cientos de cosas en ella, ninguna para bien.

Nadie se acercó a Carmín cuando ella bajó del coche. Nadie le saludó por el pasillo del colegio, apenas le miraron y pocas miradas fueron buenas.

Solo hubo una excepción.

Un chico nuevo en su clase, sentado a pocos espacios de ella en el salón, pareció sonreírle cuando cruzaron miradas.

A cualquier otro Carmín le habría negado el gesto con asco o mofa, habría mirado hacia otro lado por sobre su hombro y con el rostro en alto, mostrándose superior a todo. Pero con él no lo hizo. No sabría decir por qué. Había algo en sus ojos, de un tono azul destellante, con un remolino de hermosos verdes que le llamó la atención.

Si, eran unos hermosos ojos. Pero había más en ellos. Algo extrañamente... conocido. Algo que casi llevó a la chica a sentirse... segura y en familia.

Su cruce de miradas debió interrumpirlo el profesor al comenzar la clase. El chico se volvió al frente primero, ella segundos después, como si recién recuperara la conciencia.

«La Ilíada -repitió para sus adentros al recibir la hoja en blanco del examen- céntrate en la Ilíada»

Por la siguiente hora, así lo hizo. Luego debió centrarse en otras cosas. Matemática, historia, biología...

Nunca en el chico de extraños ojos, que parecía centrado en sus apuntes de clase cada vez que ella lo miraba. Escribía con un trozo de su lengua afuera, extremadamente concentrado en la clase. Si era algo extraño, pero nada más allá de su gran interés en el sistema endócrino y su funcionamiento.

Al salir de clase... juraría que ella intentó resistir a la tentación de acercarse al desconocido. Pero había visto mucho en su mirada, su mente se había llenado de imágenes, paisajes extraños, delirantes. Verlo fue como caer por un instante en la madriguera del conejo.

Necesitaba saber el motivo. Fue ese desconcierto tan grande lo que le llevó a trotar varios metros e intentar intersectar al chico a la salida. Fue rápida, mucho, salió casi a la par de él. Pero cuando quiso ver, él se perdió entre la gente y ella no logró volver a verlo.

Claro que él si la veía, en la forma de un pequeño escarabajo azul, parado cerca del techo, no a muchos metros de distancia.

Allí estaría un tiempo más, cuidándola a la distancia, hasta que Prolico consiguiera el poder suficiente para traerla de regreso a Porren, el lugar al que pertenecía, con su verdadera familia. En Porren estaba todo eso que ella echaba en falta, sin saber siquiera que lo conocía.

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