Capítulo 46: En su interior

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Él se dejó caer, despacio, deslizando su cuerpo por la madera astillada. Llevaba las manos sujetas con fuerza sobre los oídos, pretendía no escuchar nada, fingía que no le importaba a la vez que suplicaba porque todo acabara de una maldita vez.

Sabía lo que acababa de hacer, sabía lo que significaba. Condenar a Victoria a un destino peor que la muerte, una eternidad de dolor inconsciente.

En el interior de la casa, Nicko alcanzó a escuchar un fuerte golpe. Aleteos, cosas cayendo y un cuerpo desplomándose. Algo chocó con violencia contra la puerta a su espalda y el chico se apartó de un brinco. Sentía el corazón latiendo en su boca. Le costaba respirar y moverse. Tenía miedo.

Pronto, cuando los golpes se detuvieran y los aleteos cesaran, caería sobre él toda la información, sabría que todo había acabado y no había vuelta atrás.

Pero tenía que hacerlo, debía permitir que sucediera. Debía. Por su bien y el de su familia. Debía... Tenía qué. Era la única forma...

Nicko se puso en pie con brusquedad, sin saber exactamente la razón. Llevaba los puños apretados con firmeza a los lados del cuerpo y respiraba profundo, intentando pensar, buscando controlarse a sí mismo.

No sabría explicar por qué dirigió la mirada hacia una de las ventanas de la casa. Incluso sabiendo que le dolería, que jamás olvidaría lo que vería, se atrevió a observar el interior.

En su cabeza, la imagen apareció como un puñal atravesado en el medio de su pecho. La primera vez que él se había topado con Victoria, al verla a lo lejos junto a sus compañeros, con un vestido blanco de aspecto suave y la cascada dorada sobre los hombros, había notado ese algo en ella, leve e intenso al mismo tiempo. Había sentido que toda ella brillaba, que su espíritu estaba lleno de una luz tan fuerte que lograba traspasar cada capa de órganos y piel.

Su cuerpo, tendido en el suelo de rotas y sucias cerámicas, parecía haber perdido ese extraño dote. Ya no brillaba y sus ojos estaban totalmente vacíos pese a estar abiertos de par en par. Estaba quieta, petrificada con los brazos extendidos sobre el suelo. Respiraba, pero Nicko sabía que eso no significaba que siguiera con vida.

Pese a eso la escena no resultaba oscura.

Toda esa luz que faltaba a la chica estaba en el aire, como escapada de su cuerpo. La bandada de mariposas de acero se alimentaban de eso, de su espíritu. Al final le vaciarían, su cuerpo sería una cáscara capaz de respirar y con un corazón latiente, pero que moriría con el tiempo, por la falta de ganas de vivir.

Las criaturas aladas volaban sobre su cuerpo, sorbían la luz de su ser y luego caían, produciendo un agudo sonido cuando el metal de sus alas impactaba sobre el suelo.

Prolico había contado poco a Nicko acerca del plan, se había limitado a explicarle su tarea y lo que sucedería si no la cumplía. El resto lo había intuido por su cuenta. Tenía tendencia a ser buen observador. Dar a Victoria como alimento a sus infernales mascotas no le valdría jamás la pena. En cambio, si existiera una forma de utilizar a las mariposas para arrancar de la humana la energía de su espíritu... Carmín podría usarla en provecho para ganar poder y control.

Las mariposas llevaban un hechizo cruel, que les hizo atragantarse con la energía de Victoria, les arrancó lo que ya ellas habían arrancado y lo envió directamente a un sitio que a Nicko le costó divisar.

El jarrón disimulaba bien en el entorno oscuro, estaba en el suelo, en un rincón apartado. Pudo resultar invisible, sin que nadie sospechara su razón de ser allí, pero ésta idea perdió credibilidad cuando comenzó a moverse sin control por el suelo. Nicko sospechó que si Prolico había designado ese frasco para contener el enorme poder de Victoria debía ser resistente, y estar hechizado y protegido por magia intensa y oscura. Pero parecía estar pasando por terribles problemas de control, el chico no podía evitar la sensación de que pronto implosionaría junto a todo el lugar.

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