Capítulo 99: Océano lejano

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Victoria necesitaba recuperar su equilibrio, aclarar su mente, respirar aire real, apartado de la ciudad y los murmullos humanos.

Quizá por eso, no se lo pensó dos veces cuando su padre le invitó a pasar el fin de semana en su pequeña casa en la playa.

No estaba a mucho más de una hora de la capital, pero todo allí parecía seguir un ritmo totalmente diferente.

La humana despertó temprano, producto de una delgada línea de sol que daba en su rostro a través de la ventana. Más que molesto, le resultaba placentero: le hacía sentir en sincronía con el ciclo de los días y las noches.

Se deslizó con sigilo entre sus sábanas, para no despertar a su hermana menor, que dormía en la cama contigua. El silencio era tan intenso que resultaba imposible no ser consciente de su propia respiración.

Era un día despejado de primavera mas, a esa hora de la mañana, resultaba fresco y había una ligera brisa.

El patio de la casa parecía interminable y, en cierta forma, lo era, pues no estaba delimitado por muros, no habían calles que lo cortaran. No había mucho por allí, solo alguna que otra casita en medio del monte de eucaliptus, mucha arena y grandes extensiones verdes.

Victoria se descalzó para sentir la fresca arena entre los dedos y se encaminó lentamente hacia el monte que lindaba la casa. Se aseguró de captar todo de él: su aroma y sus sonidos, el tacto de su brisa en las mejillas.

Aquel lugar había sido una parte de ella desde siempre, ahí había crecido y era donde acudía cuando necesitaba pensar. Por algún motivo: allí todo parecía mucho más claro y luminoso.

Al introducirse en el monte sus pasos fueron tomando un rumbo instintivo y conocido.

Giró entre los caminos apenas trazados sobre el pasto y la densidad de árboles fue absorbiéndola poco a poco, hasta estar muy lejos de su pequeña casa.

Cuando se dejó caer en un pequeño espacio sobre la arena estaba apenas cansada, con su respiración tranquila y relajada. Entrecerró los ojos, dando para sí ese segundo. Al abrirlos movió la mirada muy despacio por los alrededores.

Un pequeño lago de lluvia había colmado gran parte de ese llano. Hacía gran tiempo que Victoria recordaba aquel espacio cubierto de agua pero, misteriosamente, los largos pastos y árboles que crecían allí jamás habían dejado de verse sanos. Aquella agua, tan impropia de ese terreno arenoso, no parecía ahogarlos. En cambio, los nutría, daba lugar a los árboles más grandes y frondosos de todo el bosque.

Particularmente en esa época, muchos de ellos estaban cubiertos por densas y pequeñas flores amarillas.

Era un escenario mágico. Victoria pensaba en eso desde muy pequeña, mas, entonces, tenía mucha más idea de lo que hacía la magia real.

La magia se había transformado en algo peligroso, llevada por reyes de apartados mundos.

Ella volvió a repetir el ciclo: cerrar los ojos y respirar profundo.

No hubiera podido percatarse, pero, mientras no veía, un pez azul turquesa emergió de las profundidades de la tierra, como cruzando una puerta misteriosa que lo unía a un océano lejano.

Al volver a abrir los ojos ese pez ya no estaba. Pero alguien si pudo verlo.

Una pequeña ave de alas grises remontó vuelo en ese preciso momento. Tenía información importante que dar a Prolico.

Nicko lo sabía: si alguien era capaz de detectar la ubicación del núcleo blanco esa era Victoria.

Ella les había guiado allí, al pen-último ingrediente que Prolico necesitaba para su hechizo.

Ya casi estaba listo.

IncontrolableWhere stories live. Discover now