Capítulo 96: Comanda nuestros ejércitos

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El gran palacio de Noctis era un laberinto de habitaciones y salas. Las altas puntas de sus torres estaban repletas de secretos: cientos de libros, armas y antiguos amuletos de la familia real. Mas, muy por debajo de todo eso, en un subsuelo escondido, resguardado por decenas de hechizos, se hallaba un objeto especialmente poderoso.

Las manos de Marizan trazaron dos suaves florituras sobre la esfera, recortando la leve nube de humo que inundaba el cuarto. Llevaba los ojos entre cerrados y murmuraba hechizos por lo bajo, en un dialecto suave y meticuloso.

Al terminar, volvió la mirada al único objeto en la habitación. Era una esfera de cristal, colocada sobre un pedestal a la altura de su cintura. Dentro de ella parecían revolverse densas nubes de humo de los colores del cielo nocturno. Eran pequeños remolinos, negros como la noche, pintados con el blanco de las estrellas y el suave morado de la luna.

—Jansea —susurró, a modo de súplica— Jansea, mi reina. Si está ahí, necesito su consejo.

Las respuestas no llegaban. Con su esfera de luna siempre había sido capaz de contactarse con la antigua reina, así como con tantos otros espíritus que colmaban Noctis, pero, tras varios días intentando, no había logrado nada.

—Mi reina —repitió casi desesperada.

El interior de la esfera vibraba cada vez que llamaba, los humos se movían dando la ilusión de querer recortar una forma con sus contrastes de color. Eso había llevado a Marizan a no perder la esperanza. Sentía, muy débil, el espíritu de Jansea queriendo comunicarse con ella.

Esa noche, la esfera parecía más cerca que nunca de adoptar la forma del espíritu de la reina fantasma.

—Marizan... —la voz de Jansea fue un susurro bajo. No parecía provenir de ningún lado—. Admirable reina de Noctis, jamás un heredero de la corona ha cumplido su tarea con tanto corazón.

—He cumplido sus pedidos. Escondí el secreto de Victoria a los reyes, he mentido a mi gente para dejarla libre... Sé que era lo que usted quería, pero, temo que no haya sido la decisión correcta. No puedo con esto sola...

—Si. Sí que puedes. Creo en ti para gobernar nuestro Porren como debe ser. El resto de reyes están inundados de un odio que no pueden controlar, un odio que ciega sus decisiones y no les permite ver más allá. No necesitas de mí, Marizan. Transfórmate en la gran gobernante que naciste para ser.

—Pero, mi reina...

—Tampoco sé cuantas de mis decisiones han sido acertadas. Perdí el control del poder de Victoria en cuanto ella y Carmín entraron en contacto, y ahora... dudo tener el más mínimo dominio sobre su magia. Pero la hemos guiado bien, tiene a sus amigos muy cerca y confío en que ellos sean nuestra mejor defensa. Nuestro tiempo se agota, Marizan, la oscuridad nos acecha desde muy cerca y mi hijo no se detendrá hasta cumplir su objetivo. Está muy cerca de tenerlo todo para traerla de regreso. Si todo falla y Amars vuelve debemos estar preparados para enfrentarla.

—No. No podemos permitir que se desate otra Guerra blanca. No puede...

—Marizan, adorada. Sé que nada de esto es fácil, pero eres joven y valiente. Mantén a los reinos unidos, comanda nuestros ejércitos. Y no permitas que quiten valor a tu poder, eres una reina por derecho y por mérito, no dudes de ello...

La imagen de la reina se fue distorsionando aún más dentro de la esfera de la luna. Su voz se hizo más y más débil, hasta perderse en la estática del universo.

Cuando su frase acabó, Marizan sabía que sería la última. Al encontrarse a sí misma sola, en ese silencio en las profundidades del castillo, deseó llorar pero se contuvo.

Jansea le había pedido que fuese valiente y planeaba mantenerse leal a su reina. 





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