Capítulo 63: Orgullo

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¿Cómo es un juicio por traición a la corona? Puede describirse con simpleza, en unas escasas dos palabras: «Nada bonito».

Los preparativos involucraban un gran salón, organizado como un anfiteatro, con un centro claro: un círculo pintado en blanco sobre el suelo de madera que Marizan había cubierto de hechizos protectores. No era un lugar oscuro ni mucho menos, sino que unas ventanas largas iluminaban las zonas más altas de las paredes. Construir de aquella forma la habitación tuvo en su momento un solo significado: Representaba la enorme piedad de la realeza, que permitía al prisionero ver el cielo por última vez.

Era una habitación hermosa a decir verdad, de aspecto cálido y elegante. Había sitios especiales designados para cada miembro de la realeza y lugar suficiente para albergar a todos los involucrados en el juicio. En este caso, la sala parecía vacía pues no se había dado a nadie la posibilidad de intervenir. No había juez o jurado, solo los reyes, como máximas autoridades.

Carmín permanecía de rodillas en el suelo, dentro de ese círculo blanco pintado en el suelo, hacia el cual estaban orientados todos los asientos. No llevaba cadenas, pero no se movía. Nada le impedía decir palabra, pero se mantuvo en silencio.

Desde su sitio, se limitó a observar con atención y desprecio, así como la miraban los reyes mientras discutían qué hacer. Se sentía una bestia en un zoológico, aguardando a ser condenada.

—Debemos considerar... —decía un hombre de aspecto amable, que hablaba con tono precavido, para que no malinterpretaran sus palabras— La forma como ella llegó a Porren, manipulada por un objetivo oscuro del que no tenía idea. Todos conocemos la capacidad de Prolico de convencer... ¿Quién podría saberlo mejor que nosotros? Las palabras siempre fueron su fortaleza. Carmín solo...

—¿Cómo convences a una niña de querer la muerte de su propia gente? —le cortó una reina, con el cabello rojo como una llamarada— Vamos, Nor, piensa la excusa que quieras, esa niña no tiene defensa posible. Es veneno. Todos lo sentimos. Mana energías que me asquean incluso con todos los hechizos que la contienen. Es un ser despreciable.

Marizan aún tenía las palabras que había dicho a Serna en la punta de la lengua. «Es solo una niña» pensaba, pero no decía nada. Sabía que no tenía palabra en esa discusión.

—Ambas interpretaciones son poco serias —enunció la reina de Aer, con su largo cabello oscuro sobre los hombros— Ni esta piedad infundada ni su sensación de asco valen nada. Tenemos leyes, hemos hecho acuerdos. Un rey no es solo sangre. No dejamos el futuro de nuestra gente en la sangre. Una criatura impura no tiene valor, no puede gobernar. Carmín contaminó su espíritu.

—Puede repararse —aseguró su esposo— Pero, la pregunta es, ¿confiaremos en alguien que ya se ha corrompido una vez para sostener nuestro adorado reino Sol, el mayor símbolo de toda nuestra pureza y poder?

—La respuesta es no —gruñó la reina del Sol— Ya lo ha dicho Amaya: Tenemos acuerdos.

—¿Ahora quieres apegarte a la ley, Serna? —rio el rey de Terra— ¿Sabes lo que nos dice la ley que hagamos con ella? Si es un peligro para Porren debemos encerrarla para siempre y siendo lo que es, una tonta niña manipulada con el alma corrupta, debemos desterrarla. A tu adorada hija, tu tesorito lindo, ¿no te importa para nada?

—Es el orgullo de su nombre contra el de su sangre —reclamó la reina del Ignis— ¿Tú qué crees? ¿Quién fue la primera en abandonar a Prolico luego de la muerte de Amars? No le ha interesado jamás su familia. Quizá Ret pensaría...

—¡No lo metas en esto! —el tono de la reina del Sol se elevó por encima de cualquier otro, fue un grito, intenso y potente que calló de inmediato la gran boca de la reina Mera— Me reclamas por abandonar a Prolico, ¡maldición!. Mi adorado hermanito, tu lindo amor de infancia. ¡¿Aún no lo has superado?! Ese hombre ya no es mi familia, me dejó a mi suerte, hizo pedazos mi familia. Por él murió Jansea y toda la familia de Noctis. Poner precio a su cabeza fue la mejor decisión posible. Ni mi propia madre lo habría hecho igual. Y Ret... atreverte a decir el nombre del padre de mi hija en estas circunstancias...

—Lo siento, su majestad —las palabras de Mera fueron casi una súplica. Era orgullosa, pero sabía admitir cuándo había hablado de más— Sé que usted hizo lo mejor para nuestra gente No dudo de su palabra. Me retracto.

—Su padre no la vio, jamás —esta vez, la voz de Serna se escuchó más débil— La batalla en la que lo perdimos, contra los demonios de Yoy, Ret salvó miles de vidas, era un guerrero. Habría amado a Carmín, en un mundo diferente, sin Amars, sin guerra. Muchas cosas habrían sido diferentes, pero no puedo basar en eso esta decisión.

—¿La expulsarás? —se atrevió a cuestionar el rey de Vitae— ¿Para siempre?

—Su alma es un recoveco podrido, lleno a rebosar de ira. Todos sentimos eso, ¿no es así? No controla su poder, es incapaz de usarlo. No podemos... dejarla libre. No podemos confiar en ella...

Las miradas estaban puestas en la reina del Sol. Todas ellas. Incluida la de su hija. Carmín la miraba con fijeza y fuerza pero era una niña y tenía miedo. Estaba llena de odio, sí, pero al estar delante de su madre ese no fue el sentimiento que predominó. Las pocas cosas sanas que aún quedaban en ella, la esperanza de recibir un mínimo de piedad por parte de la reina, se quebraron junto con su mueca.

El orgullo no le permitió mostrarse rota y tampoco a su madre.

Ninguna de las dos dejó escapar una sola lágrima.

Ambas estaban deshechas por dentro.

Serna rompió la conexión. Apartó la mirada de su hija para pasearla por sus compañeros gobernantes.

Al hablar su tono fue tan rígido e imperturbable como siempre.

—Haremos lo que sea mejor para nuestra gente.

\8h

IncontrolableWhere stories live. Discover now