Capítulo 105: Corazón de melón

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Regresaron a las cabañas ya caída la noche más profunda, alrededor de las dos de la mañana. El río transportaba una brisa junto con el murmullo de su leve oleaje.

Susan, Victoria y Lucía iluminaron con linternas para atravesar el camino de arena que unía el campamento y la playa. Estaba oscuro y un bosque tupido y aterrador cubría los alrededores, por lo que aceleraron levemente el paso para alcanzar la zona más iluminada y resguardarse en el interior de la cabaña.

Dentro, Luna y Ana, sus compañeras de cuarto, comenzaban a alistarse para dormir. La primera tendiendo su cama con cuidada meticulosidad mientras la segunda cepillaba sus dientes en el baño.

—Chicas —dijo Luna con una sonrisa— ¿Se sacudieron la arena antes de entrar?

Fue un comentario amable, para nada prepotente, que hizo a Victoria y Susan retroceder para limpiarse la arena lejos de la puerta de la casa. Sabían que, aunque ellas vivieran felices en el total desorden, era importante respetar la pulcritud de su compañera.

Ya más limpias se lanzaron al interior de la cabaña y comenzaron a organizarse para dormir. Susan había reclamado la cama de arriba desde la mañana, por lo que se apresuró a lanzar sus cosas a ella. Estaba por disponerse a tenderla cuando notó que sus mejores amigas la miraban y sonreían.

—Por favor, chicas —dijo riendo también— Nada de comentarios respecto a ya saben quién.

—Eres tan adorable a veces —exclamó Victoria, a la vez que se lanzaba a su amiga en un gran abrazo— Pocas veces, pero siempre supe que había un corazoncito tierno en ti.

Susan puso los ojos en blanco, y, tras librarse con suavidad del abrazo de su amiga, subió de un salto a su cama.

—Exageran —señaló desde lo alto—. Exageran mucho.

—Lo que no es para nada exagerado —añadió Luna con una sonrisita— Es lo cerca que estaban Mariano y Victoria junto al fuego. Son una pareja tan adorable.

—¿Pareja? —Susan, Lucía y Victoria rieron al mismo tiempo.

—Él es como mi hermano —explicó la humana, con cariño—. Lo adoro, su familia es casi la mía. Lo conozco desde que tengo memoria, sería demasiado extraño... casi incestuoso.

No era la primera vez que Luna recibía aquella explicación, de hecho, ya había comentado varias veces la posibilidad de que Mariano estuviera enamorado de Vick a lo largo de los años, pero se negaba a aceptar la aburrida y falta de romance realidad.

—Entonces... ¿dirás que no hay nadie en tu corazón de melón?

—Pues...

Victoria no supo exactamente como contestar a eso, lo que causó que, de inmediato, sus dos mejores amigas detuvieran en seco sus actividades para volverse a ella. Ella no solía ser particularmente buena ocultando sus emociones, el suave titubeo en su voz dijo todo lo que no acabó de formular.

—¿Quién está en tu corazón de melón, Victoria? —rio Susan, casi a modo de reclamo, con una ceja arriba y los labios apretados—.

—Realmente no lo sé... es un poco complicado.

Victoria se recostó sobre la cama que le había tocado y recorrió la mirada por las tablas viejas de la cucheta.

—¿Hablamos de quién creo que hablamos? —inquirió Lucía—.

—Pues... Él es dulce, adorable, divertido...

Había variedad de detalles que Victoria no podía mencionar en aquella cabaña, no delante de Luna. No podía hacer comentarios sobre la cantidad de veces que Nicko le había salvado la vida, la capacidad que tenía para sonreírle y escuchar cuando le necesitaba. No podía hablar de las agradables caminatas por su pueblito nevado en Noctis o su destacable habilidad de transformarse en un gigantesco dragón.

—¿De qué me perdí? —cuestionó Ana, recién salida del cuarto de baño— ¿de quién estamos hablando?

—De un peligro —gruño Susan, esta vez ciertamente enojada—.

—Oh... —Luna parecía emocionada ante la idea de un jugoso chisme— ¿Un chico malo?

—No exactamente —rio Victoria, casi sin poder evitarlo, pues Nicko era todo lo opuesto a un chico malo. De hecho era más tímido y amigable que nadie que ella hubiera conocido.

Claramente aquello no era algo que tuvieran que tratar allí y Vick fue capaz de notar la presión que Susan le ejercía para que cambiara de tema. Al final cedió, se calló y bordeó el asunto como una maestra, sin una sola mentira.

Luna y Ana se quedaron sin su chisme al caer la madrugada, Victoria con su corazón de melón ligeramente herido y Susan con miedo de haber hecho sentir mal a su mejor amiga. Ya tendrían tiempo de hablar sobre eso a solas, sin tantos terrícolas rondando.

Debieron hacerlo.

El día siguiente les regaló un magnífico día de playa y juegos de pelota. Tuvieron tiempo para tratar sus banalidades románticas y reír como grupo. Quizá debieron decirse muchas cosas mientras tuvieron oportunidad.

Pero el reloj corría y esa noche estaba destinada a ser la última.

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