Capítulo 88: Condenado por su ignorancia

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Fue mirarlo a los ojos: Eso la detuvo.

Delante de ella no estaba solamente el hombre que había mandado a construir la biblioteca, sino que era uno con una copia milimétrica de los ojos de Nicko en su rostro.

Los lazos de energía regresaron al suelo, desapareciendo en las profundidades de la tierra. El hombre quedó libre, pero no movió un músculo. Sus ojos estaban clavados en los de la humana.

—¿Quién es usted? —musitó Victoria, sin sonar especialmente fuerte ni intimidante— ¿Cómo es posible que siga vivo...?

—Tengo este lugar, mestiza —respondió él. Su voz era gruesa y burlona, mas, Victoria era capaz de ver que fingía una fuerza que en verdad no poseía—. Aquí está todo, todas las respuestas. Aquí puedo ser eterno, se lo debo a mis libros. No volverán a caer en manos de alguien como tú.

—¿Alguien como yo? Se refiere... ¿Amars estuvo aquí?

—¡No digas su nombre! —Su exclamación estuvo ahogada en el más profundo desprecio, rabia y miedo, mezclados—. Los mortales están condenados por su ignorancia. Son incapaces. El conocimiento es poder. ¡El poder los corrompe! ¡Matan por poder! ¡Matan para mantener su poder! Matan porque pueden... solo porque tienen ese poder.

—Por eso lo hizo, ¿no es así? Usted ocultó la biblioteca, desapareció con ella y borró todo registro. Usaron sus libros para lastimar a otros...

Los ojos del hombre, antes ahogados en rabia, se hundieron ligeramente al verse descubierto.

—No es lo que yo quiero —continuó Victoria—. No quiero poder, se lo juro... Necesito ese libro, tengo que saber quién soy, es la única forma como puedo salvarme, salvarlos a todos...

—Querida humana —reconoció el hombre, casi apenado— ¿Quieres respuestas? Eres una mestiza del cielo, eso es todo lo que necesitas. Descendiente de los antiguos dioses y gobernantes del universo. No queda ninguno de ellos, solo su escoria, eso eres. ¡Eres un monstruo! Una bomba. Eres la perdición.

—No. Tiene que haber una manera. Yo no quiero herir a nadie. No quiero. No lo haré. No pasará. No. ¡NO! —la chica dio un paso hacia el hombre, luego otro y otro— Dígame la verdad. Si sabe qué soy, hable. Hable ahora, o lo averiguaré por mí cuenta, aunque tenga que tirar abajo su preciosa biblioteca.

La rabia de Victoria tenía una intensidad antinatural. Pesé a lo tranquilo de su voz, sus palabras parecían capaces de hacer temblar el suelo, en la forma más literal de la palabra.

Pese a eso y en contra de toda lógica, el señor Dikalto comenzó a reír estrepitosamente en su cara.

—Tú no destruirás este lugar, niña. No antes de que este lugar te destruya a ti. No saldrás. Amars tenía un poder que tu siquiera eres capaz de imaginar, no te dejaré vivir para que aprendas a llegar a él.

Fue entonces cuando, entre las risas de aquel hombre, todo comenzó a venirse abajo.

Lo primero que la humana notó fue a sus amigas, al final del pasillo, corriendo con desesperación en su dirección. Lo segundo: Un ligero y agudo dolor en su mejilla. Lo tercero: Un delgado hilo de sangre. Y por último: como la alta bóveda de cristal que cubría la biblioteca comenzaba a caer a trozos.

Se volvió de inmediato al dueño de la biblioteca, presa del miedo y en busca de respuestas. Pero este ya no estaba. Había transformado su cuerpo en el de un pequeño escorpión, que desapareció velozmente por debajo de los libreros.

Una lluvia de cristal se avecinaba, mas, lo primero en que Victoria logró pensar fue en recuperar el libro de extraños símbolos. Su mirada recorrió el suelo de forma instintiva. Alrededor de donde el señor Dikalto se encontraba, recordaba haber visto el libro caer justo... Allí.

Susan la cogió por el brazo cuando ya se lanzaba al suelo para tomarlo. Le tiró con fuerza suficiente para arrastrarla y le apartó justo a tiempo de un gran trozo de cristal retorcido que caía desde lo alto.

A partir de allí todo pasó demasiado rápido. Victoria se resistió, intentó lanzarse al suelo para coger el libro. Pero su amiga no lo podía permitir. Tiró de ella con todas sus fuerzas, a la vez que le suplicaba que avanzara. Consiguió arrastrarle varios metros, pero la humana solo cedió cuando Lucía, desesperada, comenzó a tirar también de ella.

Una de sus manos sangraba, producto de algo que había caído de la bóveda. También Susan estaba herida. Victoria no podía poner un tonto libro por encima de sus mejores amigas. No podía permitirse que salieran heridas.

Las tres comenzaron a correr tan rápido como sus piernas lo permitieron hacia las grandes puertas de la biblioteca. La princesa de Aqua creaba escudos de hielo sobre su cabeza a la vez que corría, pero eran frágiles y caían hechos añicos tras pocos impactos.

La enormidad del lugar y los nervios les dificultaba encontrar el camino. Gigantescos trozos de vidrio y metal, grandes piedras y montones de tierra que comenzaban a colarse entre los huecos, todo eso llovía sobre ellas. Bloqueaba sus salidas, les impedía ver y respirar.

Viraron tan rápido como pudieron entre los libreros. Trastabillaron cuando el suelo comenzó a vibrar. Se encontraron totalmente sin salida cuando la estructura de las paredes comenzó a ceder ante las toneladas de sedimentos que las cubrían. Estaban bajo tierra: todo el lugar quedaría desecho y hundido en cualquier segundo.

—¡Por allá! —exclamó Lucía, al encontrar un hueco por el que podrían cruzar— ¡Sobre esas rocas!

De una en una, saltaron como pudieron por encima de los escombros y, por fin, lograron vislumbrar su objetivo: Las puertas de la biblioteca les esperaban a pocos metros.

Se lanzaron en esa dirección tan rápido como pudieron, pero ya era tarde. La estructura de la biblioteca no lo soportó un segundo más. Un gran trozo del techo se desprendió justo sobre ellas, una pared entera se vino abajo.

Estaban condenadas. 

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