Capítulo 118: Silencio

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Había un mundo destruido esperando por ellos a la vuelta de la esquina.

Cuando el grupo de príncipes llegó al castillo de Noctis, el pueblo de los fohis aún estaba en llamas. Cuando Marizan les había indicado, desesperada, que Victoria había huido, el humo más negro aún inundaba el cielo. Cuando se lanzaron juntos al bosque, corrieron hacia donde la luz de las llamas colmaba la noche.

Pero cuando llegaron... cuando llegaron ya no quedaba nada.

Pudieron ver la inmensa luz que había cubierto cada rincón del reino y supieron, de inmediato, que algo terrible había pasado.

Susan fue la primera en atravesar la burbuja dorada que envolvía al pueblo. Lo hizo sin pensar. Corriendo. Aquello pudo haber sido sólido como una pared, o caliente al punto de volverla polvo, pero siquiera así la princesa de Aqua habría dejado que la retuviera.

Mariano sentía su corazón retumbando con fuerza en su pecho al correr por el pueblo. Tenía la inminente y terrible sensación de que habían llegado tarde.

Y tenía razón.

El cuerpo vacío de Victoria lucía tan blando y pequeño mezclado con los escombros del pueblo, que apenas lograron verlo al encontrarse a pocos metros. Estaba sola, tirada y en silencio.

Lucía no pudo gritar en esa ocasión. Cuando abrió la boca simplemente no salió nada. Tenía la garganta atada, le dolía. No se sentía capaz de llorar siquiera. Ya había llorado demasiado.

La humana ya había estado muerta, la habían visto desangrarse y explotar tantas veces. ¿Por qué esa debía ser diferente?

El príncipe de Aer respiró profundo, juntó valor, y llevó una mano al cuello de su amiga para tomarle el pulso. Su corazón iba a un ritmo lento, pero constante, quizá extrañamente constante, propio de un cuerpo invariable y sin emoción.

—Vick... —susurró Mariano, casi en tono de súplica.

No obtuvo respuesta alguna. Siquiera varió la calma forma en la que Victoria respiraba.

—Debemos llevarla al castillo —se apresuró a decir Carlos, al ver que nadie reaccionaba con suficiente rapidez.— Si alguien sabe que hacer, debe ser Marizan. Si aún tenemos una oportunidad...

Incluso Cindie estaba petrificada entonces. Ella que siempre tomaba la delantera, estaba aterrada. Si Carmín tenía a su disposición el poder de Victoria... no esperaría un minuto antes de destruirlo todo.

Al final asintió. Respiró y logró recobrar la compostura.

—Vamos —dijo en tono demandante—. Vamos, maldición, tenemos que llegar al palacio. ¡Rápido!.

El grito los hizo actuar. Necesitaban ese grito.

Mariano cogió a Victoria por un brazo, logró sostenerla en su hombro con el mayor cuidado. Susan le ayudó a cargarla. Era como llevar a una muñeca de trapo: pequeña y blanda.

Gente del pueblo intentó acercarse al grupo. Reclamaban saber qué había desatado aquel incendio, qué lo había detenido, qué era ese domo que los envolvía. Pero el grupo de príncipes no tenía idea, tiempo, ni ánimos para ponerse a dar explicaciones.

Se llevaron a Victoria sin pronunciar palabra, sin dirigirse a las personas a las que debían ayudar

A decir verdad. Siquiera entre ellos hubo intercambio alguno de información. No estaban en condiciones de decir demasiado.

En el largo trecho de caminata que le siguió solamente dos cortas frases cruzaron el aire:

—Marizan podrá salvarla— musitó Lucía a medio camino, un poco para sí, un poco para todo el grupo. Quizá esperaba que alguien le diera la razón, quizá una parte de si veía venir el silencio profundo que obtuvo como respuesta.

—En verdad debemos ser los peores gobernantes que esta gente ha tenido nunca—.

Carlos comentó eso, con una risa agria envolviendo sus palabras. De nuevo, nadie pudo negar su comentario y el grupo siguió avanzando hundido en su silencio. 

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