Capítulo 24: Al vacío

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Hacía pocos minutos el rey Tray Nor había entrado en la habitación y había dejado una bandeja con galletas y leche para su hija. Lucía estaba en cama, en una gran habitación de cristal en una de las torres del castillo de Vitae. No había tardado mucho en despertar pero aún se hallaba cansada y confundida.

― ¿Con que un ciempiés gigante?― cuestionó la chica, con su cabello cubierto de grandes bucles que se extendían descuidadamente sobre la almohada―.

― Así es.― aseguró Susan― Un ciempiés.

― Un freir― corrigió Victoria― Así los llaman aquí según el rey. Al parecer viven bajo tierra toda su vida y no son agresivos. Nadie entiende por qué te atacó pero saben que fue uno de esos porque llevabas de su veneno en la sangre.

― El rey dijo que no era nada grave, solo una ponzoña que paraliza a sus presas un tiempo para que pueda comerlas.― Lucía pareció aterrada ante las palabras de Susan, cosa a la que su amiga le restó importancia con un ademán de mano― No tienes derecho a mirarme así. Tu no peleaste con esa cosa: ¡Era enorme!

― ¿Cómo lo hicieron? ¡Ustedes dos son tan irresponsables! Fue peligroso. Esa cosa pudo comernos a las tres.

― Te dije que diría eso― comentó Susan a Victoria con una sonrisa divertida― La expresión correcta, mi querida Luci, es:«Gracias por salvar mi vida y evitar que fuera el almuerzo de un ciempiés»

― Aunque admito que fue una locura― reconoció la humana― La manera como saltaste sobre él... estás demente.

― Creo que fue divertido. Mucho mejor que dar vueltas en círculo sobre el poni del parque de la ciudad.

― Ese poni no me llenó de baba― le contradijo Victoria riendo. Ahora que se había dado un baño y se había cambiado la ropa era divertido, en el momento fue la cosa más asquerosa del mundo.

Iban a seguir hablando pero en ese mismo instante comenzó a sonar el teléfono celular de Victoria. Se hallaba sobre la mesa de noche de Lucía pues solía estar dentro del bolsillo del pantalón que acabó cubierto de baba.

La chica atendió sabiendo de antemano con quien hablaría pues tenía un exacto orden en la música de sus llamadas. Su mamá le preguntó dónde estaba y a qué hora volvería a casa. Se trataba de un asunto un tanto difícil de explicar pero Victoria lo intentó.

― En casa de Lucía― dijo y, en teoría, no era mentira pues el castillo pertenecía a la familia biológica de su amiga― Pasamos la tarde arreglando algunas plantas de su jardín. Pero un ciempiés picó a Luci y al parecer era un poco ponzoñoso. Pero ella ya está bien.

Victoria era la única de sus amigas que no podía solo lanzar sin más todo lo sucedido. No era princesa de nada y no pertenecía a Porren, por lo que estaba obligada a guardar el secreto. Le costaba horriblemente tener la boca cerrada pero esas verdades a medias aliviaban un poco su culpa.

Tras decir a su madre que volvería en algunas horas a su casa y le llamaría cuando estuviera cerca, Victoria cortó la comunicación. Casi instintivamente se formó una pregunta en su cabeza.

― ¿Cómo puedo tener señal en mi teléfono desde aquí?― dijo riendo― Esto tiene que ser un punto seguro para la raza humana, nadie necesita magia si tienes internet y señal.

― No hay señal aquí.― dijo Lucía― Marizan me lo explicó la otra tarde. Al parecer hicieron algo en nuestros teléfonos. Alguna cosa mágica, como un doble del mismo celular en algún lugar de la Tierra, mientras ese doble tenga señal los nuestros también la tendrán.

― Eso...― pronunció Victoria pensativa― es genial y decepcionarte al mismo tiempo.

Las amigas rieron y comieron galletas el resto de la tarde, mientras veían caer el sol sobre los bosques de Vitae a través de los ventanales del castillo.


...

Por simple precaución el rey de Vitae consideró que lo mejor era que su hija pasara la noche en Porren, pues si bien la picadura del ciempiés no tenía graves consecuencias podía ser peligrosa si acaso la princesa desarrollaba alguna reacción alérgica.

A decir verdad la idea tenía sus puntos buenos. Uno de ellos: la habitación más hermosa que alguien pueda desear y la cama más cómoda y amplia que Lucía alguna vez había ocupado. Un estante repleto de libros extraños, ropa para escoger, y su propia lámpara de luz mágica.

Tenía un infinito mar de posibilidades. O eso creyó hasta el momento en que sus amigas debieron despedirse para regresar a sus hogares en la Tierra.

Apenas estuvo a solas, se dio cuenta cuan aterrador resultaba dirigir la mirada a los ventanales y ver el bosque sumido en tinieblas, le resultó estremecedor investigar los libros y objetos dispersos por ahí y comprobó que su lámpara mágica producía una débil luz blanca que proyectaba extrañas sombras a su alrededor.

La habitación era demasiado grande y demasiado silenciosa para ella sola. Y solo pensar que de abrir la puerta encontraría un millar de pasillos y salas igual de vacías y silenciosas le aterraba más.

Estaba en su cama y lo último que le importó cuando tomó la decisión de apagar la lámpara fue lo suave de sus sábanas.

Asustada, se hizo un pequeño bollo bajo los acolchados mientras abrazaba un almohadón en forma de flor y cerró los ojos.

...

Eran las tres de la madrugada cuando las piernas de la niña se deslizaron sobre la cama hasta tocar el suelo. Estaba frío pero no sintió nada. Avanzó despacio, sin encender luz alguna, con sus pies descalzos sobre el piso.

A través de los ventanales era visible una noche hermosa. Igual que en la Tierra, allí las estrellas más lejanas se dejaban ver cuando caía su Sol. Los agujeros brillantes en la tela de su cielo eran diferentes, formaban figuras que nadie se había dispuesto a buscar y eran parte del anillo en una galaxia lejana.

Curiosamente Lucía no se volvió a observar tal espectáculo. Mantuvo la cabeza en alto y los ojos al frente.

Los cristales a su alrededor reflejaron su figura, espalda recta, pasos firmes y, cuando los vio de frente, ojos completamente blancos.

La princesa no tenía idea alguna sobre como ubicarse dentro del castillo de Vitae pero avanzó decidida hacia un punto fijo. De alguna manera, pese a la profunda oscuridad, jamás se topó con alguna pared o pechó una escultura. Doblaba en las esquinas del los pasillos como robot dirigido a control remoto.

Su caminata la guió hasta una de las torres más altas; La Torre del Conocimiento.

La chica cruzó las enormes puertas de madera y las dejó abiertas a su espalda. No dirigió la mirada arriba para maravillarse con la escena ante sus ojos. Solo avanzó escaleras arriba. Subió hasta el décimo piso a pie y recién entonces se detuvo.

El interior de la Torre del Conocimiento estaba completamente cubierto de estantes con libros. Miles de libros, millones quizá. Sin ver absolutamente nada Lucía cogió uno entre todos y lo sujetó con fuerza contra su pecho.

Luego continuó avanzando por las escaleras.

En el doceavo piso había un gran balcón redondeado al cual la princesa ingresó a través de una ornamentada puerta de cristal. Dio varios pasos rectos hasta ubicarse junto a las barandas que la mantenían a salvo. Desde allí la caída tenía miles de metros y acababa en un arremolinado océano que golpeaba con fuerza sobre una pared de roca.

Sin importar que tan mágico seas, caer implicaba una muerte segura. Pero Lucía no pareció considerar ese detalle cuando pasó ambas piernas sobre la baranda y, con el libro firmemente sujeto en el pecho, se lanzó al vacío.

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