Capítulo 39: Verde lima

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Susan y Mariano tenían sólo un trozo de piedra para protegerse y nulas posibilidades de huir. Prácticamente todo se había desmoronado, la llama de los dragones estaba apenas sostenida en una roca inclinada a medio caer y los dos chicos se hallaban rodeados de enormes escombros de piedra.

Una situación notablemente comprometida.

—Debemos buscar la manera... —la voz de Mariano reflejó lo rápido que respiraba, el pánico creciente en su interior—... de salir de aquí.

—Eso sería huir —reclamó la princesa de Aqua— Huir como cobardes, abandonar a Lucy de nuevo.

—Es nuestra única opción. La única en la que salimos vivos.

—Quiero que pienses, por un solo minuto, en qué habría hecho Victoria en esta situación. Tú la conoces, ¿no es así? ¿Crees que si estuviera aquí permitiría a Prolico llevarse a Lucía otra vez?

Intercambiaron miradas un lapsus muy corto de tiempo, pero te sorprenderías si enumerara cuantas cosas se transmitieron el uno al otro con esa mirada. No sabría explicarte cómo, pero el plan se hizo por si solo y ambos lo entendieron a la perfección.

El dragón azul que Prolico montaba se lanzó en picada hacia la llama de los dragones. No aterrizó, sino que cogió en el aire el fuego azul y remontó de inmediato.

No esperaba ser emboscado de esa manera.

Mariano y Susan trabajaron juntos para pasar por encima de la roca volcánica que los cubría y se lanzaron a la criatura sin previa meditación.

El príncipe de Aer, de un saltó, logró asir con fuerza la pata del dragón. El peso extra desestabilizó su vuelo y le hizo bajar varios metros. Aun así, tras alejarse de los restos de piedra de los que había saltado, Mariano se halló a sí mismo a varios metros del suelo.

A la vez que se sujetaba con todas sus fuerzas mantenía los ojos firmemente cerrados. «No mires abajo— se repetía— No mires abajo».

El dragón se removía con violencia, intentando deshacerse de él, pero el chico no planeaba soltarse por nada en el mundo.

Entonces entró en acción Susan. Desde su sitio alto de observación, lanzó un látigo de agua en dirección a la criatura y éste, luego de trenzarse alrededor de sus alas, se volvió rígido hielo. El dragón, desprovisto e incapaz de moverse con libertad, comenzó a caer sin control.

Carmín intentó derretir el hielo, pero, el dragón estaba tan desesperado por aletear que se hirió a si mismo con las terminaciones filosas de éste.

Su caída terminaría a pocos metros, sobre un arbusto de flores rojas. Todos lo veían venir excepto Mariano, quien permanecía con los ojos cerrados, gritando y aferrado a la criatura con todas sus fuerzas.

—¡Suéltate! —alcanzó a distinguir que le gritaba Cindie desde el suelo. La única razón por la que no le resultó la peor locura que había escuchado fue que estaba en un pánico tan grande que no alcanzó a entenderlo completamente.

—¡¿Qué haría Vicky?! —escuchó decir a Susan, quien ya había bajado de la montaña de escombros gracias a la ayuda de Carlos— Eres el príncipe de Aer, maldita sea.

Victoria no sentiría miedo y si lo sentía, no dejaría que le cerrara los ojos. Ella miraría hacia abajo solo para juntar fuerza para mirar hacia arriba. Ella actuaría.

Y él también actuó. Su poder le permitió moverse tan rápido como el viento que producía la caída. Tan rápido que nadie pudo adelantase a él, y mucho menos detenerlo. Se impulsó hacia arriba, en un movimiento que casi violaba a la propia gravedad, y en menos de un segundo, sujetó la mano de Lucía.

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