Capítulo 59: La pieza clave

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El niño maldito jamás tuvo oportunidad de nacer, por lo que su espíritu no tenía forma alguna. Era algo más, muy leve, que Victoria creía sentir en el violento ir y venir de las ramas de los árboles sobre su cabeza.

—¿Qué haremos? —murmuró Mariano, quien percibía claramente la energía en el viento y sus intenciones en el frío que traía consigo—. ¿Cuál es tu plan?

—Marizan no sabe nada de esto, nadie lo sabe. Vinia ha alejado a todos los que han querido investigar su muerte, excepto a nosotros. Eso tiene que ser una señal, quiere que lo sepamos, quizá necesita ayuda...

El viento sopló con aún más violencia, arremolinando el cabello de Victoria sobre sus ojos.

—O quiere ayudarnos —dedujo en voz alta y observó de inmediato como se detenía y todo quedaba estático, quieto totalmente, sin que la más pequeña hoja tuviera vibración o inercia alguna.

Victoria avanzó despacio, se acercó al sitio donde en algún momento había descansado el cuerpo de la reina Vinia. De pie junto a las gruesas ramas observó por un momento el gran follaje del árbol, alzándose hacia el cielo, estaba cubierto de flores blancas y marchitas, que deberían de haber caído, pero no lo hicieron.

—¿Sientes la desesperación? —Mariano estaba en cuclillas, examinando las raíces y el tronco del árbol— Las emociones de los reyes marcan y las de Vinia al morir fueron muy oscuras. Tenía miedo y más que eso, estaba quebrada.

Victoria hubiera mentido si decía percibir lo que su amigo, no era capaz de entender lo que el aire le transmitía, pero si lo que dejaba ver la voz de Mariano.

Ella se acuclilló a su lado, recorrió la madera con la mirada y creyó observar una línea oscura que la recorría. Sangre reseca que hace demasiado tiempo se había deslizado sobre la superficie. Victoria entrecerró los ojos, respiró profundo y sintió a su mano asirse sobre algo, oculto cuidadosamente entre dos de las raíces.

Era una daga de plata, que quizá en alguna ocasión fue tan brillante y blanca como todo en Aer, pero entonces resultaba oscura y corroída por el tiempo. Limpiando con los dedos la tierra y el óxido quedó al descubierto un símbolo: El juego de alas y plumas que representaba a la realeza de Aer.

El espíritu invisible que les acompañaba pareció odiar el recuerdo que la daga le causaba, pues enfrió varios grados el aire a su alrededor.

—¿Qué significa? —dijo Vick, despacio, tendiendo el arma a su amigo con suma precaución.

—Tú dijiste que el bebé había asesinado a Vinia —pronunció él, a la vez que cerraba los dedos con fuerza sobre el mango de la daga—. ¿Estás segura de eso?

—¿Por qué lo dices...?

—Hay más que desesperación y miedo aquí, hay odio. Odio suficiente para que una madre considere... matar a su propio hijo.

—¿Por qué lo haría?

—Quizá lo sabía. Sabía que el niño nacería maldito. Si la madre de Amars hubiese sabido que su hija causaría la Guerra Blanca puede que haya actuado igual...

Resultaba una idea horrible de imaginar, que congeló a Victoria hasta lo más profundo, mucho más profundo de lo que pudo lograr el viento helado que azotaba sobre ellos. Decir que la madre sabía que el niño nacería para ser un ser oscuro implicaba demasiadas cosas en las que la humana no creía, odiaba la idea de que alguien pudiese tener un destino marcado del cual fuese imposible librarse.

—El niño pudo ser bueno... pudo aprender a controlar su poder. Ella no debió negarle a su hijo la posibilidad de intentar.

—¿Y si no lo hacía...? Si no se controlaba... Vick, sé que suena cruel, pero es la decisión lógica. Un sacrificio por el bien de todos, es como piensan los reyes. Quizá Vinia evitó una guerra, salvó miles de vidas...

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