Capítulo 95: Soy como tú

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Esa noche, pasó algo peculiar cuando la cabeza de Victoria tocó su almohada.

Hacía ya un buen tiempo, con el torrente de cosas que le habían atacado de repente, que se sentía insegura, sola. Con miedo de cómo despertaría al día siguiente.

Cada noche, para lograr conciliar el sueño, sujetaba con toda su fuerza la gema que pendía de su cuello. Su tono, dorado, parecía resplandecer en la oscuridad, le llenaba de una sensación de tibieza que la hacía sentir en casa. O, al menos, así solía ser.

Jansea llevaba gran tiempo en silencio. Desde lo sucedido en las profundidades de Nox no recordaba haber vuelto a escuchar su voz. O quizá sí.

Sus recuerdos de esa noche estaban llenos de una infinidad de huecos. Recordaba ese segundo en el que una hoja de plata trazó una fina línea en su cuello. Recordaba haber visto sus manos, empapadas de sangre, haber tosido, haberse atragantado, haber escupido rojo al suelo. Recordaba el dolor. El borrón blanco que había nublado su realidad.

Recordaba haberse sentido morir.

Y luego nada.

Su conciencia había regresado y el dolor desaparecido. No alcanzaba a saber cuánto tiempo había perdido total conexión con el mundo que la rodeaba y, más importante, no tenía idea de lo que pudo pasar en ese tiempo.

Cuando pensaba en ello, su mente parecía inundada de color blanco. Mucha luz blanca: La luz de la luna.

La imagen de esa luz entrando en su cuerpo, cerrando sus heridas, aparecía de a flashes en su cabeza. Pero, ¿qué tan real podría ser? ¿Cómo podría la luna hacer algo así?

«Hay ángeles que te guardan, pequeña —dijo una voz en su cabeza— Muchos más de los que crees».

Era una voz dulce, cariñosa y suave, a la vez que fuerte. Victoria no creía haberla escuchado jamás; no era la antigua reina que solía habitar en su gema.

—¿Qué eres? —dijo la chica, en un susurro, a la vez que sujetaba su medallón—. ¿Dónde está Jansea?

«La reina está bien, a salvo. Aún te guía y protege —explicó la voz—. Yo soy la luz de la luna. Soy quien te salvó la vida. Soy como tú».

Ahí estaba de nuevo. Esa frase. Victoria comenzaba a estar harta de ella. Su llegada a Porren había transformado las palabras "alguien como tú", en el peor de los insultos, como si hiciera referencia a algún tipo de criatura asquerosa y desagradable.

«Soy como tú —repitió quien habitaba en la gema—. También me sentí confundida e insegura. Mis propios amigos también me atacaron por la espalda. Soy como tú. Una guerrera valiente y poderosa. Soy como tú, pequeña. No estás sola».

Esa familiar compañía era lo que Vick llevaba tantas noches necesitando. Fue lo que le ayudó a conciliar el sueño. 

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