Dime que me quieres

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Jeremy y Lena

Prólogo

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Hace cuatro años

Iba de punta en blanco. Me puse mi vestido negro corto favorito y mis tacones rojos de tiras. Mi amiga Hannah los llamaba, los «zapatos fóllame». Y no se equivocaba. Yo sabía que, con ellos, mis piernas ya largas parecieran aún más largas. Me puse una faja bien ajustada con la que apenas podía respirar, pero me hacían unas curvas de infarto.

No necesitaba que los hombres me dijeran lo que ya yo sabía: estaba muy buena.

Mi cabello largo castaño oscuro estaba radiante y me gustaba sentirlo cayendo por mi espalda. Jenna, mi neurótica compañera de cuarto de la universidad, me maquilló con unos ojos ahumado y los labios de un rojo glamuroso.

Me gusta arreglarme. Me encanta sentirme preciosa y deseable. Y esa noche iba cargada con ambas armas.

-Joder, _____, ¿no te podías haber vestido un poco más... recatada? -Gruñó mi hermano mayor, Adam, cuando llegué a la fiesta pija que él y sus socios habían organizado para conmemorar la inauguración de su nuevo bufete de abogados.

Habían alquilado el salón de baile del Hotel Dandelion. En nuestro pueblo natal de Southport, Pensilvania, no había muchas opciones donde celebrar eventos de este tipo, a excepción del hotel Dandelion. A quien sea que haya contratado Adam para prepararla, había hecho un buen trabajo. La sala estaba llena de flores y pequeñas luces parpadeantes. Una pequeña banda tocaba, en una esquina, melodías de jazz, alegres y prudentes al mismo tiempo. La comida era exquisita. Cogí otro canapé de cangrejo de una fuente que sostenía un camarero con pajarita.

Todo esto estaba fuera de mi alcance. Como estudiante de último año en Penn State estaba más acostumbrada a fiestas de cervezas de la uni que a beber champán y comer caviar, pero me sentía cómoda en ambos ambientes. Podía pasármelo de lujo bebiendo como una cosaca, pero también codeándome con gente importante.

Me metí el canapé en la boca y me miré el ceñido vestido

-Yo me veo bien -me encogí de hombros y me eché el pelo hacia atrás con indiferencia. Adam no era exactamente un mojigato y ni de lejos era recatado. Solo había que ver a la zorrilla de su mujer para saber que a él le daba igual que las mujeres enseñaran cacho. Pero era mi hermano y supongo que en su cabecita eso significaba que tenía que andar incordiando.

-Creo que al señor Jessop se le van a salir los ojos de las órbitas y la señora Jessop parece estar a punto de asesinarlo - Adam denotaba verdadera amargura. Siempre había sido sobreprotector y eso me molestaba. Era siete años mayor que yo y parecía que eso le daba el derecho a controlar mi vida, desde los chicos con los que salía hasta, al parecer, la ropa que usaba. Tenía que calmarse. No necesito a nadie que me proteja.

Puse una mano en el brazo de mi hermano para tranquilizarlo.

-El señor Jessop es un viejo pervertido. Todo el mundo sabe que solo va a Jessie's Diner porque las camareras llevan faldas cortas. Y si la señora Jessop acaba dejando a ese viejo verde, entonces puede que tengas un nuevo cliente. Ya que alguien tendrá que ayudarla. -Cogí una copa de champán y me bebí la mitad de un trago. Si algo había aprendido en la universidad fue a beber como una campeona. Los chicos se picaban conmigo.

-Mamá, díselo -Adam apeló a nuestra madre, quien estaba charlando con su mejor amiga, June Galloway, sobre una receta de blinis.

Mamá no hizo caso a su comentario.

-No seas tan tonto, Adam. Tu hermana es joven y preciosa, no seas tan anticuado.

Miré a Adam esbozando una gran sonrisa y me terminé el champán. Inmediatamente, cogí otra copa. Adam me interceptó y me quitó la copa de la mano.

One ShotsOù les histoires vivent. Découvrez maintenant