Capítulo 6 | Una sonrisa, un tesoro

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CHIARA 

Hoy es jueves, lo que significa que hoy es la segunda clase del taller de teatro. Eso quiere decir que otra vez iré a la universidad.

En esta ocasión ya no me encierro en el baño por varios minutos, y mejor ocupo mi tiempo en hacerme unas pequeñas trencitas con mis mechones de adelante.

¡Me cuesta hacérmelas yo sola!

—¿Quién es? —digo cuando tocan la puerta.

—Hija, soy Karen. ¿Quién más va a hacer?

Sonrío al recordar que solo somos nosotras quienes estamos en casa.

Mi papá llega recién en la noche, y Madison está en la universidad desde la mañana por sus demás talleres.

De reojo veo que Karen ingresa a la habitación, y no demora en ponerse detrás de mí para observar lo que trato de hacer en mi cabeza.

—¿Quieres que te ayude con eso? —dice Karen, mirándome a través del espejo de mi tocador, y yo no demoro en asentir.

—Sí, por favor. —Echo un suspiro cansado.

Ya empezaba a sentir el dolorcito en mis brazos por tratar de trenzarme esos mechones yo sola.

Karen no demora en sujetar el peine y pasarlo por todo mi cabello.

—¿Hoy también jugaremos monopolio? —dice Karen, y yo asiento sin dudarlo.

—Claro, si ustedes quieren —le digo, y observo su sonrisa a través del espejo.

Ya ha pasado más de un día, y la sonrisa genuina de Madison aún navega por mi mente.

Me sorprendió tanto verla sonreírme. Por unos segundos creí que era producto de mi imaginación, pues a veces solemos imaginar lo que anhelamos. Sin embargo, el ruido que produjo mi monopolio, al caer al suelo, me hizo saber que todo era real.

Su presencia en el juego me hizo sentir demasiado cómoda y contenta.

—Oye, Karen, ¿te puedo hacer una pregunta, pero prometes responder con la verdad?

—Con lo último me acabas de ofender, eh —dice, fingiendo estar molesta.

Río al ver la expresión fallida de su rostro.

—Lo lamento. No fue mi intención —le digo, y ella vuelve a sonreír, mientras pasa al segundo mechón para trenzarlo —, pero quiero saber si le comentaste a Madison sobre lo que hablamos tú y yo en mi habitación ese día.

Karen niega de inmediato.

—Jamás haría algo que me pediste no hacer.

—¿Pero entonces por qué Madison jugó monopolio ese día con nosotros? Creí que solo íbamos a ser papá, tú y yo —le digo, y Karen se pone un poco pensativa.

—Supongo que ella misma pudo darse cuenta de que te hizo sentir mal con sus palabras esa tarde. —Karen echa un suspiro —. A veces, mi preciosa hija puede ser muy fría con las personas. En eso se parece a su padre. Sin embargo, ambos se vuelven cálidos cuando se tratan de las personas que quieren mucho.

Sin poder evitarlo, mi corazón late alocado con lo último que dice Karen.

Como suelo decir, para buen entendedor, pocas palabras.

La verdad, yo no sé qué pensar. Aún recuerdo que hace ocho meses me dijo que le caigo mal, después de acariciar mi mejilla.

¿Y si lo dijo por la costumbre?

—Así fue el padre de Madison conmigo —dice Karen —. Si fuera por él, sería frío con todo el mundo, pero jamás llevaría esa frialdad a su hogar. Otros conocen al padre de Madison como si fuera un ogro, pero quienes somos parte de su familia lo conocemos como un hombre encantador y alegre.

Dos algodones de azúcar sabor a... ¿prohibido?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora