Capítulo 36 | Caricias y escalofríos

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MADISON

Chiara expulsa un suave suspiro antes de empezar a leer un libro, sentada en aquel banco, mientras yo me preparo para entrenar.

Quise que ella también entrenara conmigo, pero prefirió hacerme compañía mientras lee un artículo para hacer el ensayo que le dejaron en un curso de Ética.

—La moral tiene la función de regular las relaciones entre las personas —dice Chiara.

Sonrío mientras caliento mi tren superior.

—La tan prestigiosa moral —le digo y decido acercarme a ella.

Chiara clava sus esmeraldas en mis ojos, y mi sonrisa se agranda al ver cómo lame sus labios delicadamente.

—Dime, Chiara. ¿Estás dispuesta a armar un desorden conmigo en nuestra apreciada sociedad? —Me inclino para dejar mi rostro a la altura del suyo.

—Lo estoy desde hace mucho. —Me sonríe.

¡Maldición! Con una sonrisa suya me arrodillo ante ella.

Sin el poder de controlarlo, la beso.

¡Maldición!... Por mucho tiempo quise besarla y acariciarla, y ahora que lo hago, todo en mi interior se desordena a causa de los bombardeos de emoción que ella provoca.

Sus manos se enrollan en mi cuello, y las mías en su cintura.

La fuerza y la pasión que emana de nuestras bocas se incrementa. Termino sentada en el suelo y atrayendo a Chiara. Ella termina sentada a horcajadas sobre mí y en esta posición siento que ella me controla.

¿Solo en esta posición?

Sonrío en medio del beso, y Chiara también lo hace.

Nos miramos a los ojos y respiro su aroma. Cierro los ojos cuando ella de nuevo acaricia mi cuello.

—Hermosa joya. Me pregunto quién te la dio —dice Chiara, mientras su dedo índice juega con el cuarzo de mi collar.

—Una despistada enamorada. —Le guiño.

Chiara ríe llevando su cabeza hacia atrás. Sonrío y no tardo un segundo más en besar su cuello. Mis labios chocan con su collar, mientras sus piernas se tensan.

—Siempre te veo llevar este cuarzo de piedra lunar —le digo con la respiración agitada.

Chiara me mira a los ojos con las mejillas rojas.

—Lo llevo porque me ayuda a abrir los sentimientos que he estado reprimiendo—dice Chiara.

—Sí que nos ha ayudado a ambas —le digo, mientras sonrío.

Chiara asiente con su cabeza y me abraza.

Como suele ser costumbre, hoy por ser domingo, mi madre y su padre no se encuentran en casa. Así que, hoy la tenemos solo para nosotras.

Ya ha pasado una semana desde que declaramos nuestros sentimientos, y no hay mañana en la que no quiero levantarme de la cama e ir a su habitación para despertarla con un beso. A Chiara le encanta, y cada día me conmueve cuando la escucho agradecerme por hacerla feliz.

—Tú lo significas todo para mí. —Le doy un beso en la mejilla.

Aunque me cueste demasiado, nos separo. Me pongo de pie y le ayudo a sentarse en su banco.

Continúo calentando ciertos músculos de mi cuerpo.

¿No se habrán calentado demás durante ese beso?

Carraspeo para poder controlar este deseo, y a fuerzas decido iniciar con mis series de entrenamiento.

—Si no puedes concentrarte aquí, quizá sea mejor que vayas al jardín o a la sala —le digo a Chiara cuando le encuentro observándome en lugar de leer su artículo.

Dos algodones de azúcar sabor a... ¿prohibido?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora