Capítulo 8 | Cercanía - Parte 1

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MADISON

Después de lavarme el rostro, decido esperar a que baje la hinchazón de mis ojos. Ahora el tiempo transcurre, mientras escucho las penas de Javier.

Él ya escuchó las mías. Ahora me toca escuchar las suyas.

Nosotros nos tenemos mucha confianza, y muchas veces lo consolé como él lo hizo conmigo en mis momentos de angustia y pena cuando estaba reconociendo y aceptando mis verdaderos sentimientos hacia Chiara.

Javier desde un inicio me hizo saber que no me juzgaría, y yo me encargué de hacerle saber lo mismo. Fue así como me convertí en la única persona que sabe que él es gay.

En varias ocasiones, lo animé para que se lo cuente a sus padres, porque sé que mi tío adora a mi primo incondicionalmente. Sin embargo, Javier aún no se siente preparado, y yo lo entiendo, ya que mi madre aún tampoco sabe que soy lesbiana.

Me siento mal al saber que mi primo no puede abrirse ante ninguno de sus padres, porque sé lo reconfortante que puede ser al sentir el apoyo de al menos uno de ellos.

Cuando se lo conté a mi padre, su rostro fue muy gracioso. No lo veía venir.

—Y qué hay sobre tu corazón, hija. ¿Algún chico ya lo conquistó? —me dijo mi padre, y yo arrugué la nariz mientras volteaba la carne en la parrilla —. ¿O quizá alguna chica? —dijo con gracia.

De forma inevitable, una sonrisa de lado se formó en mi rostro.

«Es ahora o nunca», me dije a mí misma en mi interior.

—De hecho, en un futuro una chica estará aquí —le dije, apuntando mi corazón con mi dedo.

Mi padre me miró con gracia, pero al ver que yo ya me había puesto seria, él también lo hizo.

—¿Madison?

—Me gustan las mujeres, padre.

Mi padre se quedó sin palabras como unos diez segundos, y luego se acercó a mí. Me dio un fuerte abrazo y, cuando de nuevo me miró a los ojos, pude observar su enorme sonrisa.

—Felicidades, hija. Enamorarte de una mujer te aleja de muchos infelices.

De manera inevitable, reí ante lo último que dijo, pero también mi corazón se hinchó por lo primero que articuló.

Puedo ser la copia de mi madre, pero me siento más parecida a mi padre, aunque él tenga una piel menos morena, su cabello sea color castaño y sus ojos color miel, porque en realidad el parecido está en nuestro interior y en algunas características de nuestra forma de ser.

Tenía 15 años cuando le confesé la verdad a mi padre, y ya hace un año había descubierto mi orientación sexual. ¿Fue difícil? Sí, pero no aceptarlo, sino ocultarlo.

Si para mí no fue difícil aceptarlo, es porque desde pequeña mi padre me enseñó a vivir la vida que yo elija sin importar los comentarios de la sociedad.

Él me enseñó a ignorarlos y mandarlos a la mierda.

—¿Qué sentiste cuando le confesaste a mi tío la verdad? —me dice Javier, después de contarme su temor por confesarse con sus padres.

—Bueno, cuando se lo conté, sentí un alivio —le digo, recordando ese momento —, y también me sentí muy contenta al ver su felicidad.

—¿Y por qué aún no se lo cuentas a mi tía? ¿Es por el miedo a... su rechazo? —dice, y yo niego con mi cabeza.

Eso no es lo que me impide contárselo a mi madre.

Simplemente sé que con ella no será igual a como fue con mi padre. Bueno, sí estoy segura de que me apoyará, pero también estoy segura de que con Lorenzo no será lo mismo.

Dos algodones de azúcar sabor a... ¿prohibido?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora