Capítulo 55 | Siempre juntas - Parte 2

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MADISON

El frío de esta provincia se hace más salvaje con el pasar de las horas. Por esa razón, hemos venido a la fiesta muy abrigados.

En mi caso, yo llevo puesto un abrigo grande, que sobrepasa mis rodillas, y también llevo un gorro de lana para abrigar mi cabeza.

A diferencia de mí, Fabián, Javier y Chiara llevan puesto un chullo, el cual es una gorra tradicional que se utiliza en esta provincia y demás regiones andinas de nuestro país.

Le compré uno a Chiara para que proteja sus orejas con las solapas del chullo. Pensé que le ayudaría a protegerlas del frío, ya que después de almorzar sus oídos se taparon y le empezaron a doler, a consecuencia de los vientos fuertes y la altura de esta región.

Chiara no está acostumbrada, y me da miedo que se enferme. Aunque, en estos momentos, siento tranquilidad al verla con un mejor semblante.

—Me encanta todo esto —dice Chiara —. Incluso, el clima se siente muy puro.

—Sí, todo está espectacular —le digo, mientras observo a mi alrededor.

Hay bandas de la música tradicional de Áncash, tocando con tanto entusiasmo para cautivar a la gente, y la mayoría ya ha empezado a bailar con cerveza en mano.

No solo los habitantes de Huaraz quedan cautivados con la armonía del lugar, sino también me doy cuenta de que los turistas están disfrutando del ambiente.

—¡Ah! ¡Ya empezarán a danzar! —dice Daniela muy contenta.

Miro a los demás chicos, y sonrío cuando Fabián se alista con su cámara.

Al frente de la Catedral de Huaraz, que también está diseñada en estilo colonial, se posiciona un grupo de danzantes.

Sus vestuarios llevan los colores tradicionales de esta región andina. Los hombres llevan un atuendo que hace referencia al humilde campesino, mientras que las mujeres llevan puesta sus polleras y un cinturón ancho decorativo y colorido, que supongo que les sirve de correa.

Aquel grupo empieza a danzar, y ya las personas aplauden al ritmo de la canción, pero no solo eso, sino que también expulsan pequeños gritos al mismo ritmo.

La música es contagiosa y todos danzan demasiado bien, pero debo admitir que mi atención se la llevan las mujeres cada vez que dan vuelta y sus polleras se hacen más voluminosas. Quizá también se deba a los bordados y detalles ornamentales que no pasan desapercibidos.

—¡Eso! —dicen los danzantes hombres cuando ellos también empiezan a dar vueltas.

De pronto, las mujeres empiezan a decir frase en quechua al ritmo de la canción.

Les pongo mucha atención, mientras las traduzco en mi mente.

—¡Entendí todo! —dice Fabián —. Mi profesor de quechua estará muy orgulloso de mí.

Río al verlo zapatear al igual que los danzantes.

Yo no digo nada al respecto, porque me quedé en la tercera frase.

Para la cuarta ya estaba mareada con tanta traducción.

Lo curioso es ver cómo Fabián ya empieza a dominar el quechua, pero que aún el inglés le parezca tan complicado, cuando en mi caso sucede todo lo contrario.

—¿Bailamos?

Escucho que Emilio pregunta, y mi curiosidad aumenta.

—¡Sí, por favor! —dice Daniela.

Disfrutaré ver eso, porque jamás imaginé a Emilio zapateando o bailando huayno.

Los chicos y yo reímos y aplaudimos, mientras ellos bailan.

Dos algodones de azúcar sabor a... ¿prohibido?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora