Capítulo LXXXI: Falsa inocencia

854 170 6
                                    

DUSTIN

Comenzaba a cansarme de estar tanto tiempo sentado, ser copiloto no era lo mío.

Mi culo agradeció el momento donde el auto paró dando como señal que podía salir y dejar de estar sentado.

Sin dudarlo salí y observé el extraño lugar donde estábamos.

—¿Esto que es? —pregunté — Sé que me odias, pero venderme en el mercado negro no es tu mejor opción.

—No seas idiota, si quisiera venderte en el mercado negro no sería precisamente por tus órganos llenos de mierda por fumar cuanta cosa.

—Que odies fumar no es asunto mío, déjame con mis pulmones —defendí.

—La próxima te dejo tirado.

Al ver a algunas personas pasar me sentí incómodo, sentía que esas miradas eran de todo menos buenas.

—Si no tienes éxito entre las chicas ya sabes donde venir —dijo Jayden tras pasar un adolescente, aparentemente mucho más pequeño que yo, que me lanzó un piropo.

—No es mi culpa estar bueno —usé a mi favor.

Un grupo de chicos se acercaron, los que a la vista resaltaban que tendrían entre doce y dieciséis a nivel general.

—Yo a ti te conozco —dijo a Jayden uno de ellos.

—Cuídame el auto —ordenó.

—¿Este no es el wachín de la Narla? —preguntó otro.

—Es cierto, el otro día vino. ¿Dónde está? Dijo que vendría y este papi rico no parece ella —elevé una ceja porque eso último lo dijo mirándome.

¿Por qué conseguía más éxito entre hombres que mujeres?

—Está ocupada —se limitó a decir Jayden —. Ahora no quiero que le pase nada a mi puto coche, ¿entendido?

—¿Con quién te crees que hablas pedazo de mierda? —habló el más mayor.

—Baja el tono —dijo el más pequeño —, si Narla se entera nos meteremos en problemas.

No entendía nada, lo único que sí es que era mejor mantenerme callado.

—Bien —el mayor accedió —, por Narla te haremos el favor gratis.

—No es un favor, es una orden.

Se miraron entre sí.

—No creo que les haga gracia que vengas con tus aires de grandeza —intervine.

El mayor iba a quejarse, pero otro habló.

—Sin un rasguño, así lo dejaremos.

Jayden asintió y comenzó a caminar.

—¿De qué me estoy perdiendo? —pregunté yendo detrás de él.

—Mejor no hables o los de ahí atrás serán los encargados de venderte en el mercado negro de verdad.

Lo seguí como idiota porque no tenía más opción.

Caminó relajado, como si no estuviéramos en un barrio que parecía un mercadillo de drogas.

Algunos nos miraban, pero nadie se nos acercaba. La vaga idea de que Jayden parecía ser conocido por aquí solo se hacía cada vez más grande.

—¿Desde cuándo vienes aquí? —pregunté.

—Eso no te interesa.

No dije nada, pero las ganas de pegarle un puñetazo no se me quitaron.

Siguió como su nada hasta que se acercó a un niño pequeño de unos ocho años.

El secreto de los CliffortDonde viven las historias. Descúbrelo ahora