Capítulo CXXXIX: Cuenta atrás

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DUSTIN

A un día de mi cumpleaños solo esperaba que nada saliera mal.

Una llamada entrante fue la causante de obligarme a tener que despertar.

Más que contestar solté una especie de gruñido.

Adivina el chisme —Lars desde la otra línea no entendía que él acabara de desayunar a la cinco y media significaba que yo seguía durmiendo en vacaciones cuando Padre se ausentaba.

—¿Merece la pena para que me despiertes? —hablé como pude.

Se trata sobre un tema que te interesa.

Mi asentimiento fue otro gruñido.

He conseguido algo que he mandado a traer desde Rusia y llegará pronto, en unas horas. También desde Alemania, Francia y Grecia. Me ha dolido gastar millones en eso.

Eso no merece mi minuto de sueño perdido.

Aprovechando la llamada, asegúrate de la vigilancia. Ayer en la tarde Neru discutió con Yeira y dejó su mano pintada en ella —no me sorprendió — y luego a Meredith la encontramos también en una discusión con ella. Se nota que se están juntando demasiado. Deberías haber escuchado lo que dijo Neru en la cafetería.

—Al final todos terminamos contagiados de todos. La valentía, la soberbia, la arrogancia y la paciencia de cada uno acaba transifiriéndose en todos sin darnos cuenta —bostecé.

La verdad es que si creo. ¿Vienes a mi casa?

—Se supone que me odias —recordé.

Se me olvidó.

—Voy a desayunar, pero primero necesito una ducha. Ya me has quitado el sueño, te odio.

No te quedes ciego de tantas pajas.

—Habla por ti.

Nos veremos en tu fiesta. Solo queda un día.

—Ya nos veremos.

Ambos nos despedimos y colgué.

Me di una ducha y me vestí rápidamente para desayunar lo antes posible.

Detestaba encontrar a alguien más.

Jayden estaba por terminar. No me miró y preferí eso.

Ordené mi desayuno y me percaté de la cara de culo de no haber dormido que tenía y que solo tenía dos posibles respuestas.

—¿Tienes algo? —pregunté.

—No, siempre tengo que hacer yo todo porque trabajo con vagos —se quejó más que una embarazada con antojos.

—Neru quiso ayudarte y dijiste que no —recordé —. Meredith propuso repartir el trabajo y dijiste que no —volví a hablar — y yo dije que me podía encargar y dijiste que no —me miró serio —. No te quejes ahora.

—Me quejo si me da la gana, ¿entendido?

—Que sensible eres por las mañanas —murmuré.

—Puedes largarte, nadie te obliga a desayunar mientras esté aquí.

Le podían dar mucho y joderlo, que se desquitara el mal humor con el pobre idiota que se lo cruzara, no conmigo.

—¿Desea algo más? —se acercó la sirvienta a dejarme todo.

El secreto de los CliffortDonde viven las historias. Descúbrelo ahora