Capítulo CXIII: Porvenires silenciosos

435 134 49
                                    

JAYDEN

Colgué la llamada telefónica y me dirigí a mi habitación, tenía algunos pendientes e iba a aprovechar la noche,  cuando no habría nadie molestado o gritando y desconcentrándome.

De camino encontré a la sirvienta que cuidaba de Neru hasta que estuviera bien. Esta salía con ella de la habitación.

Le dijo algo que no escuché y subió las escaleras sola.

Tenía cosas que hacer y poco tiempo que perder, pero podía retrasarlo todo un poco.

Fui tras ella y llegó al jardín de la terraza.

Se sentó y no hizo nada.

—Te he visto —dijo tras minutos de silencio —. Sé que estás mirándome.

No comprendía cómo me había visto, tampoco en qué momento.

—Sí, Jayden, te hablo a ti.

Con paso normal me acerqué y quedé a su lado, con la diferencia de que yo seguía en pie y ella sentada.

—Deberías estar durmiendo —dije.

—Tal vez —me miró —. ¿Por qué me sigues?

—Venía a ver si te matabas de una vez y por eso venías aquí en plena madrugada.

—Si me quisiera suicidar no lo haría aquí —aseguró — y si existe algo más allá regresaría a atormentarte por molestarme en los momentos donde busco algo de tranquilidad.

—No habrá diferencia entre tu yo fantasma de tu yo viva atormentado y molestando cada vez que tiene oportunidad.

Por extraño que pareciese acabó riendo de manera disimulada.

—Siéntate —dio unas palmadas a su lado, en la hierba.

Unos minutos más no importarían.

Me senté.

—Todavía te debo unas gracias por tu regalo de cumpleaños —habló —. No me ofenderá el hecho de que lo hiciste por pena simplemente porque era algo que quería desde pequeña, de lo contrario te lo hubiera metido por donde menos te imaginas.

—Te sorprendería saber lo mucho que escucho.

—Eres extraño, incomprensible y diferente. Me pregunto qué pasará por tu mente en muchos momentos —confesó.

—Lo dice la chica que rompe narices y caras y llega un día creyendo ser invencible y otro llorando por todo.

—En mi defensa solo puedo argumentar que no es así realmente —buscó como excusa —. Y cuando se me ocurran justificaciones las diré —ella misma rio —. Te hace falta más humor, aunque sea del malo —dijo ante la falta de mi risa.

—No eres graciosa.

—Al menos yo admito que no tengo excusas, las tuyas son malas —miró al cielo —. No sé qué querías siguiéndome hasta aquí, solo vengo a alejarme del mundo —me miró.

—¿A estas horas? —asintió.

—Me gusta pensar —admitió — y a la vez lo odio.

—Siempre eres tan indecisa que acabas quedándote con todo.

—No es cierto. Solo lo hago porque hay cosas de las que me merezco mucho más y si es así tendré cuanto quiera.

—Caprichosa y rebelde —me burlé.

—No lo negaré —miró a sus uñas para darle más credibilidad a sus palabras —. Todos tenemos ese algo que nos caracteriza y lo mío te sorprendería —volvió a mirarme.

El secreto de los CliffortWhere stories live. Discover now