Capítulo XCI: Señales perjudiciales

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MEREDITH

Llegué esperando una gran regañina y un castigo por desobediencia, pero Padre únicamente dijo que esta noche sin falta cenaríamos todos juntos. Fie extraño que no montara un escándalo.

Me di una ducha y a mi mente llovieron pequeños recuerdos de mi noche. Al final se recompuso, al menos algo bueno había salido de todo.

Revisé mis heridas y me tiré en mi cama a dormir. Estaba cansada y podía ser mediodía que no iba a levantarme hasta la noche.

Cerré mis ojos, pero varios mensajes me hicieron abrirlos para ver quién molestaba.

Las fotos de todo lo que habíamos hecho ayer empezaron a llegar. No tenían nada mejor que hacer que ponerse a mandar las locuras de ayer, justo en el momento donde más quería descansar y no saber nada de nadie.

Revisé algunas. La mayoría ni siquiera las recordaba.

A juzgar por mi aspecto no estaba nada bien.

Las fotos fueron sustituidas por una llamada entrante que contesté.

—¿Qué quieres? —pregunté.

—Hey, ¿ya de tan mal humor? —Lars y su molesta voz resonaron — ¿Está Dustin?

A mí no me preguntes. Llámalo.

No contesta.

—Ahí tienes tu respuesta.

Eres tan amable y agradable... —dijo con claro sarcasmo.

—Déjate de boberías.

Ni sé para qué te llamo a ti.

—La próxima ahórrate la llamada —colgué.

Levanté mi cuerpo de la cama. Iba a darme un baño en el jacuzzi, necesitaba relajarme, ya que dormir no pude.

Por no fijarme por dónde iba, choqué.

—Encima de molesto tienes que estar en todos lados —dije a Bernard.

—Pero si yo iba caminando y eres tú la que me ha atropellado —se quejó.

—Quita del medio.

—Quita tú de mi camino.

—A mí no me hables como a los idiotas de tus amigos.

—La próxima mira por donde vas —dijo con enfado y me dio una fuerte patada.

Maldije por lo alto y se fue.

Terminé el camino al jardín y allí me llevé una sorpresa.

Encontré una caja con mi nombre.

La abrí y encontré una cabeza en descomposición.

La solté ante la sorpresa y cayó al suelo.

Miré a ambos lados. No había nadie.

Salí corriendo de ahí. Para un día que sabía que Padre estaría en casa, iba a necesitar que quitara aquella abominación.

Esta vez choqué con Angela que cayó al suelo de culo.

—Al menos podrías ayudarme a ponerme en pie —soltó entre quejidos de dolor.

—¿Quién estaba en el jardín? —pregunté.

—No sé, ¿por qué? —preguntó — ¿Me vas a ayudar o espero a que me levante el aire?

La ayudé para que dejara de molestar.

Volví corriendo al jardín pensando que mi cansancio me había jugado una mala pasada.

El secreto de los CliffortWhere stories live. Discover now