Capítulo XVIII: Hospital protector ✔

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MEREDITH

Salí de casa de Regina sola porque Dustin se fue mientras me duchaba, al parecer esta vez había hablado en serio, pero sabía que en cualquier calentón terminaría arrastrándose nuevamente.

Ya pensaría luego en cómo librarme del castigo que me iba a caer por no avisar ni aparecer, sabía que Padre era estricto, pero las ventajas de ser la única hija era que con una cara bonita y poca cosa más podía conseguirlo.

Al hijo de puta de Dustin le caería una buena. No sentía pena por él, se lo merecía por imbécil.

No podía aparecer por ahora, solo se me ocurría una opción, si iba con Angela ella retrasaría ese momento.

No sabía dónde encontrarla, pero Mutter había sido clara cuando contesté.

Llamé al odioso número de la quinceañera, no la soportaba, pero de algo me tenía que servir compartir techo con ella.

Tuve suerte, contestó, normalmente me hubiera ignorado, aunque en su caso también hubiera hecho lo mismo.

Qué sorpresa —dijo nada más contestar —. Déjame adivinar, no apareciste por casa y quieres evitar que te den una paliza.

No era la primera vez que la usaba para eso.

—¿Dónde estás? —pregunté.

En el hospital, pero tu primera madre sigue aquí, ¿quieres que la salude de tu parte?

No te atrevas —advertí.

¿O qué?

—¿De verdad, Angela? No juegues con fuego.

Si eres capaz de venir sin que te descubran, adelante. Pero va a ser imposible.

Sabes muy bien con quién hablas, voy enseguida —colgué.

Al único hospital dónde podían llevarla estaba algo alejado y no tenía mi auto, Regina me recogió antes de venir, ya que a Padre le dio un aire por no dejarme ir si no venía a por mí.

No tuve más remedio, necesitaba llegar, por lo que volví a su casa.

—Pensé que te habías ido —dijo al encontrarme nuevamente.

La maldita tenía suerte, pese a que sus dos madres eran algo estrictas, su padre prácticamente la dejaba hacer lo que le diera la gana siempre y cuando no le ocasionara problemas.

—Dame tu auto —hablé clara y directa.

—Iba a ir al centro comercial —trató de quejarse.

—No te lo estoy pidiendo, te lo estaba ordenando.

—No puedo, Padre me ha dicho que si no voy a clase al menos ayude a mis Madres y me han mandado a... —la interrumpí.

—No me cuentes tu vida, tienes tres jodidos autos, dame uno.

Me observó en un silencio que ella misma rompió.

—Daré la orden para que te entreguen uno —acabó cediendo, como era de esperar.

—Recuerda Regina, te puedo conseguir una sustituta —sonreí con arrogancia.

—Pero soy tu mejor amiga —se quejó.

—Entonces deja de replicar todo lo que te ordeno, cualquiera quisiera estar en tu lugar y no se estaría quejando.

—Voy a dar la orden ahora mismo —pasó por mi lado y ambas salimos.

Después de darla volvió a dirigirse a mí.

—Angela ha vuelto, ¿harás lo mismo? —preguntó.

El secreto de los CliffortDonde viven las historias. Descúbrelo ahora