Capítulo XCIV: Baja noción

472 164 33
                                    

NERU

La sensación de perder la fuerza hasta el cansancio y la debilidad volvieron a mi cuerpo después de tantos años donde pensé que jamás volvería a suceder.

Ya no podía oponer resistencia por más que lo intentaba, mi garganta ya no daba más para gritar y menos por las cosas horribles que habían pasado tanto ahí como por otros lados.

Entre risas, burlas y más escupitajos acabé sola en aquel lugar.

No me moví, no podía, no tenía fuerzas, no era capaz. Me había fallado a mi misma y a mi estabilidad.

Me dolía todo como nunca, mi cuerpo no respondía ante las órdenes de mi cerebro y seguía ahí tirada y sin moverme. Parecía más una muerta que una humana.

Esa horrible sensación que pensé nunca más vivir me acababa de atrapar.

Los recuerdos horribles que abarcaban mi infancia pasaban por mi mente como si fueran una película, recordándome los gritos y el dolor que provocaban en todo mi ser.

El bloqueo en el que me vi envuelta se rompió por una fracción de segundo y con la mano temblorosa toqué mi cara.

Me dolía también, los golpes los recibí por resistirme.

El frío que recorrió mi cuerpo no dejaba de repetirme que me levantara, que era tarde, que ya no podía hacer nada.

Con mucha lentitud me senté en la cama, en la cual anteriormente estaba estirada, y miré enfrente, evitando observar mi propio cuerpo o a mis alrededores.

Cerré mis ojos y mi cuerpo tembloroso le hizo tener presente a mi mente el eterno momento que duró.

Unos golpes en la puerta anunciaron la futura entrada de alguien, pero no me importó, cada vez me importaban menos cosas.

—Le traigo ropa —dijo la voz del mismo guardaespaldas que estaba claro que estuvo escuchando todo lo que había pasado en estas cuatro paredes.

Dejó una bolsa a un lado sin siquiera mirarme.

—Tú lo sabías —dije y lo miré con una mezcla de rabia, incomprensión y vacío.

Se giró y evitó mirarme, decidió enfocar su mirada a un lado.

—Ten el valor de mirarme a la cara —dije con el tono seco.

—La esperaré fuera.

—¿Tienes hijas? —pregunté — ¿Hermanas? ¿Madre? —miré mis manos temblorosas — ¿No sería una pena que ellas tuvieran que pasar por lo mismo? —lo miré y decidió hacer lo mismo — ¿Qué diferencia hay entre una chica cualquiera y alguien de tu familia?

—Siento mucho su situación, pero...

—Solo cumples órdenes —dije por él —. El karma siempre da donde más duele —aseguré.

—¿Me está amenazando?

—¿Qué harías en mi lugar? —hizo silencio.

Salió de la habitación y di una gran bocanada de aire.

Hice mi mano un puño y me acerqué a la ropa.

Sentía la sangre bajar por mis piernas y querer obviar ese detalle me era imposible.

Me vestí y limpié con lo que aquel maldito bastardo dejó.

Recogí lo único material que traía y salí.

Con paso muerto llegué al auto y emprendimos camino.

Era de noche, no quería saber las horas que llevaba ahí dentro siendo torturada de diferentes maneras.

El secreto de los CliffortWhere stories live. Discover now