Capítulo CII: Tarilz

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NERU

Conseguimos llegar sin que ninguna acabara muerta ni con una flecha en el ojo.

Nos sentamos en el suelo de la inmensa caseta lujosa.

Llevábamos todo el día de un lado a otro porque Meredith se había desorientado y ella sabía cómo llegar, a lo que tuve que acceder a ser guiada.

Solté su mano. Ya ni recordaba que habíamos pasado todo el día así.

—¿Tienes batería? —pregunté.

—Sí, pero la señal es débil.

—Mejor que nada.

El lugar era espacioso, pero estar esposada a una persona lo hacía de todo menos eso.

Encogí mis piernas y puse encima de mis rodillas el único brazo que tenía libre, para de ese modo apoyar mi cara y cerrar los ojos.

—¿Qué haces? —preguntó.

—Dormir —dije.

—Solo hemos andado diez horas.

—¿Solo? —la miré — Nos hemos perdido unas veinte veces por tu culpa.

—Eras tú la que decía: "No, por aquí no, mejor por allí", acabando así más perdidas.

—Déjame dormir, estoy cansada —volví a apoyar mi cara contra mi brazo.

—Ni siquiera es de noche.

—La gente no duerme solo por la noche —dije.

—No te duermas —sacudió el brazo.

—No hagas eso —hice lo mismo en dirección contraria.

—Entonces no te duermas.

—¿Qué problema tienes con eso? —bufé.

—Si te duermes y aparece alguien estamos más que muertas.

—Excusas, eso es que me quieres despierta para joderme —la miré — y lo peor es que lo consigues.

De este modo no íbamos a llegar a ningún lado.

—No puedo llamar, no me deja —dijo.

—Ni eso sabes hacer —murmuré.

—Hazlo tú si tan lista te crees.

—No me lo creo, lo soy —le arrebaté su teléfono.

Efectivamente pasó lo que dijo.

—¿Ves? —dijo quitándome su móvil.

—Estamos jodidas —hablé.

—Esto no pasaría si no hubieras querido venir por aquí.

—Y esto tampoco pasaría si no hubiéramos ido a ver a la cara verruga que te lame los pies.

—Eso fue porque iniciaste la pelea —se quejó.

—Y eso fue porque no dejabas de mirarme mal.

—Nada hubiera pasado si no me hubieras tirado ese maldito café.

—¿Esto es por lo del café? —pregunté — ¿Qué querías que hiciera? Ibas a humillar a una pobre chica que no te había hecho nada.

—Qué sabrás.

Se hizo el silencio.

—Pídeme perdón —dije.

—¿Disculpa?

—Disculpada, perfecto ahora ya todo está bien —elevó una ceja.

—Eres tú la que me tiene que pedir perdón. Tú comenzaste todo y no solo lo de hoy, sino desde el primer día.

El secreto de los CliffortDonde viven las historias. Descúbrelo ahora