"La Maldición De Osmán" (8x21)

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Príncipe Mehmed.

Osmán está de pie frente a mi, en una posición muy firme y seguro. Debo asumir el terror que siento en mí. Siento mi piel sudar, mi corazón latir con descontrol. Me obligo a no llorar, me obligo a no entrar en desesperación. Siento mucho miedo de fracasar, mucho miedo de arruinar todo, miedo de sumar otra derrota en mi vida. Dos veces he intentado tomar la bola de mi bolsillo, pero nunca soy lo suficientemente veloz. Siempre alguien me observa, siempre alguien se voltea y regresa. Si vieran la bola introducirse en mi boca, sabrían enseguida cuáles son mis intenciones, y no puedo permitirlo. No puedo arruinarlo, se lo debo a Baris y Ayse.

Veo un montón de guardias de pie fuera del cuarto. La pared de división tiene aperturas en forma de ventanas, y no hay vidrios en medio. No es como que pudiese correr fuera del lugar y escabullirme por los pasillos, aun que corriera a toda velocidad, a todo lo que mis piernas dieran, no lograría llegar siquiera al Jardín Imperial.

En serio quise darte una oportunidad, hermano. Pudimos vivir en buena convivencia, con lealtad de tu parte hacia mí, y tener una vida cómoda y feliz, próspera y duradera. Pero te descubrí. Sé que conspirabas en mi contra. ¡Querías derrocarme! A mi, a tu Sultán, a tu supuesto hermano, eso me deja en claro que jamás lo hemos sido, por que los hermanos no se hacen eso, no se traicionan.

Osmán me grita totalmente histérico. Sus ojos están enrojecidos, y casi no pestañea. Frota sus manos con nerviosismo, sin medir la brusquedad con que lo hace, pareciera que se va a romper los dedos. Su piel brilla en sudor, las gotas ruedan por su frente hacia sus cejas. Su pie tiembla y lo golpea ansiosamente contra el suelo.

Los guardias a nuestro alrededor esperar en silencio y con la mirada fija en el piso, esperando cualquier instrucción de su Sultán. Es el momento, nadie me observa. Estiro mi mano hacia mi bolsillo y con los dedos tomo la bolita. Osmán se voltea rápidamente y me comienza a gritar. La bola se resbala de mis dedos y cae a la alfombra, dando pequeños saltos y rodando bajo el mueble.
Osmán no se percató de lo sucedido, continúa gritándome y paseándose de un lado a otro.

¡Tu mismo te llevaste a esta situación! Tú lo provocaste. —Camina desde su asiento a una de las puertas. Dándome la espalda. –Yo quería un hermano, pero tu siempre tuviste envidia de mi. ¿Crees que no lo sabía? Yo soy el mejor entre tu y yo, el mejor en los estudios, en los combates, y hasta lo fui como hijo.

–Exiliaste a nuestra Madre. —Respondo con voz temblorosa. Mis manos sudan y tiemblan. Todo rastro de valentía en mí se esfumó. –Y menosprecias a nuestros hermanos y hermanas, si no, ¿Por qué ninguno de nosotros fue participe en todas tus decisiones desde que ascendiste? Ellos te odian, igual que mi Madre, igual que yo.

–Puedes llevarte tu odio contigo entonces. —Dice tajante. Hace un gesto con su mano y los verdugos se acercan a mí.

¡No! —Grito con terror, alejándome.

Levanto mi brazo para impedir que me tomen, pero me jalan con fuerza del antebrazo y me arrojan al piso. Intento levantarme forcejeando con toda mi energía pero uno de ellos me patea por detrás de la rodilla provocándome un dolor inmenso, me provoca náuseas la mezcla de dolor y desesperación.

Mi temor se concretó y fracasé.
Siento como ponen la delgada cuerda alrededor de mi cuello y hacen presión. El temblor de mis manos ya no puedo ni ocultarlo e intento separar la soga de la piel de mi cuello, siento cómo me quema el forcejeo.

Por mis intentos de gritar solo alcanzo a liberar jadeos y sonidos ahogados. Con dos de mis dedos logro darme un poco de aire. Osmán continúa de espaldas, sin dedicarme la mirada. Da unos pasos para salir del lugar y se detiene con mi grito.

¡Osmán! ¡Le pido a Alá que la vida de tu reinado sea horrible por privarme de vivir, no serás bendecido, estás maldito!

La cuerda presiona otra vez mi cuello impidiéndome el aire totalmente. Mi pecho se contrae con brusquedad y siento la desesperación en mis brazos y piernas. Golpeo a los guardias y también al piso, la cuerda alrededor de mi cuello comienza a sofocarme. Me arde la piel, me lastima. Cierro mis ojos con fuerza y los aprieto. Las lágrimas caen por mi rostro. La debilidad se apodera de mi.

Cuando abro los ojos, y miro a mi alrededor, veo que Osmán ya no se encuentra. Sin embargo, al mirar a través de las ventanas al pasillo, me cruzo con la mirada horrorizada de Murad. Está paralizado, aterrorizado, mirando cómo me estrangulan sin piedad.
El arrepentimiento aparece dentro de mi. Jamás me despedí de él. Jamás me despedí de los pequeños, mis pequeños hermanos.

Príncipe Murad, siempre acompañándome, siempre sosteniéndome. Le fallé como hermano, eso es todo lo que él quería. A Osmán nunca lo consideró, siempre fui yo, su único hermano mayor. Siempre esforzándose por ser parte de mi vida, por incluirse. Conoció a Iskender y supo todo en profundidad, guardó el secreto y nos apoyó. La muerte de Tarkan Iskender le afectó pero se obligó a superarlo rápido, Murad ha madurado, está creciendo. Ayse lo acompañará los días próximos, pero ella jamás sabrá que fracasé. Creerá que me encuentro feliz, vivo, en algún otro lugar.

Ni aunque le pidiera perdón mil veces a Baris, nunca podría reparar su corazón destrozado. Esto es lo que soy. Príncipe Mehmed, el príncipe que todo lo destruye, que a todo le quitan su brillo, quien jamás podrá amar, ni ser amado. Todos los errores cometidos me guiaron por el camino hasta este punto. Cada decisión, cada discusión, cada persona que apareció en mi vida, fue clave para encontrarme en este punto. Todo pudo ser diferente, pero no lo fue.

Príncipe Mehmed. (Gay)Where stories live. Discover now