Capítulo 31

584 31 1
                                    


Diez horas y media después de que se marcharan, Germán escuchó llegar a los camiones y salió a su encuentro. Habían tardado más de lo que esperaba, pero estaba dentro de lo normal. Alba se bajó del camión y corrió hacia él.

- ¿Cómo está? – inquirió con temor.

- ¿Habéis traído todo? – preguntó a su vez sin contestarle.

- Si – intervino Sara – toma – añadió tendiéndole, con rapidez, una nevera en la que había seleccionado lo que su compañero le pidió antes de que salieran. Sus miradas se cruzaron y supo que algo no iba bien.

- Pero... ¿cómo está? – volvió a preguntar Alba dirigiéndose hacia la cabaña.

- ¡Alba! – la frenó Germán - ¿qué coño crees que haces? Ni se te ocurra entrar ahí sin pasar por la ducha y desinfectarte – la reprendió con autoridad.

La enfermera se frenó. Estaba tan angustiada que no había reparado en el protocolo.

- Perdón, perdón – se disculpó deteniéndose – tienes razón.

- Vete a la ducha, come algo y duerme un poco, luego podrás hacer de enfermerita – le sonrió más amable.

- Vamos, guapa - la cogió Sara de la mano tirando de ella comprendiendo la premura del médico – Germán tiene razón, en mi cuarto hay sitio de sobra para que descanses.

- Luego nos vemos – dijo el médico y salió corriendo hacia la cabaña.

A Alba le dio la impresión de que, aunque aparentaba tranquilidad, estaba nervioso y esa carrera que le había visto dar no contribuyó a serenarla.

La enfermera se duchó a la velocidad del rayo, rehusó comer y corrió a la cabaña. Por el camino se cruzó con Margot que la detuvo un segundo y sin mediar palabra la abrazó, cuando se separó de ella la joven tenía los ojos anegados de lágrimas y la enfermera sintió pánico, ¡Nat! emprendiendo una alocada carrera hasta su cabaña, con el corazón desbocado más por el miedo que sentía que por el esfuerzo.

Cuando abrió la puerta vio a Germán sujetando el brazo de Natalia entre sus manos inyectándole algo. Alba observó como la mano de la pediatra colgaba inerte, la vio con los pies elevados encima de aquella torre de cojines y almohada que había improvisado el médico, la cabeza la tenía ligeramente ladeada a la izquierda y el pelo se lo habían recogido, en la frente le habían dejado un paño húmedo, y la sábana que la cubría también parecía mojada, pero lo que más la asustó fue ver que Germán había trasladado la unidad portátil y la tenía monitorizada, su ritmo era muy alto, tenía el oxígeno puesto y estaba palidísima. Al ver ese cuadro su corazón se disparó.

- Está peor – afirmó asustada – me dijiste que estaba bien.

- Yo no te he dicho eso, Alba – le dijo con seriedad.

- Pero dijiste que llamarías si estaba peor y no has llamado – le reprochó.

- Sí, no he llamado – admitió esquivando la mirada interrogadora de la enfermera con un aire que Alba no supo interpretar y que contribuyó a asustarla más de lo que ya estaba.

- ¿Qué pasa? ¿se va a morir? – le preguntó con voz temblorosa.

- Si te vas a quedar ahí parada con la puerta abierta, mejor te vas - le dijo con dureza, sin responder a su pregunta, pero ante la expresión de desconcierto de la enfermera suavizó el tono – anda pasa y cierra esa puerta, tenemos que conseguir que sude. Y no te asustes que... se pondrá bien – intentó tranquilizarla sin convencimiento.

La ClínicaWhere stories live. Discover now