Capítulo 47

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Natalia miró la puerta que se cerraba en sus narices. "Alba", musitó. La barbilla le tembló, pero se contuvo, no era momento de lloros, era el momento de intentar que la entendiese. Saltó a su silla, cogió la camiseta y se la puso con rapidez, buscó sus pantalones pero no los encontraba por ninguna parte, con desesperación cogió la jarapa y se la colocó encima de las piernas a toda prisa, no podía perder más tiempo, se sentía impotente por no poder correr más, tenía que salir cuanto antes si quería alcanzarla. Mientras, no dejaba de darle vueltas a la cabeza, "me quiere, me quiere, me quiere de verdad, pero.. ¿cómo puede quererme?", "no, no puede ser, te lo ha dicho para que te sintieras mejor", "¿por qué no puedo creerla! quiero creerla, necesito creerla, ¡la necesito!", "sí y la vas a perder, tienes que contarle la verdad, tienes que explicarle y... luego ... luego ¿qué?", se decía al tiempo que abandonaba la cabaña por la puerta de atrás con tanta velocidad que estuvo a punto de caer, dio la vuelta a la esquina, intentando interceptarla pero, como siempre, había llegado demasiado tarde y miró hacia todos los lados, ¿dónde estaría? "¡joder!", exclamó desesperada, no podía haberse marchado, tenía que hablar con ella, tenía que explicarle, tenía que...

- ¿Lacunza! ¿qué..? – Germán se acercó a ella extrañado de verla con aquellas pintas y esa cara de desconcierto moviendo los labios, sin pronunciar apenas sonidos, parecía hablar sola - ¿estás bien? – le preguntó al ver que lo miraba con aire ausente y ojos desencajados, enrojecidos y aún llorosos.

- Sí, sí – respondió con premura - ¿has visto a Alba?

- ¿Alba! no – le respondió frunciendo el ceño, imaginando lo que podía estar ocurriendo - ¿Qué pasa?

- ¡Nada! – dijo girando la silla – tengo... que.... que...– masculló entre dientes dándole la espalda, ¿qué podía hacer! necesitaba verla, necesitaba explicarle, necesitaba que la escuchase y, sobre todo, necesitaba que le sonriese, que no la mirase de la forma que lo había hecho. No soportaba esa mirada, no en ella.

- ¡Lacunza! ¡espera! – la detuvo con delicadeza – ¿qué es eso que tienes que hacer?

- Eh... ¿yo?.. ¿hacer?.. nada – balbuceo distraída, solo podía pensar en Alba, en hablar con ella, en intentar que comprendiera, ¿qué hacía Germán?

- Lacunza, déjame que te mire – le pidió sujetando su silla, levantándole la barbilla e intentando verle las pupilas, la veía tan desorientada que solo se le ocurría pensar que tenía una crisis. Recordó el informe de Claudia, recordó todos los datos que incluía sobre el posible síndrome de posconcusión y se preocupó, esos dolores de cabeza podían deberse a algo más que la tensión alta, y si era así, él allí no podía hacer nada, necesitaba llevarla a Kampala – Lacunza, nos vamos a ir al hospital de....

- Estoy bien, ¡suéltame! – se zafó molesta, intentando accionar la silla sin suerte.

- No estás bien, no seas...

- ¡Qué me sueltes te digo! – gritó fulminándolo con la mirada con tanta fuerza y tanta decisión que Germán se retiró.

- De acuerdo, te suelto – consintió levantando los brazos de la silla, aún más preocupado – pero cálmate.

- ¡Joder! – exclamó intentando girar la silla sin éxito, atascada en uno de los surcos de barro seco.

- ¿Quieres que te ayude? – le preguntó viendo sus dificultades.

- ¿Sabes dónde está Alba?

- Ya te he dicho que no, ¿seguro que estás...?

- Entonces no puedes ayudarme – le dijo consiguiendo girar la silla, entre aquellos surcos de barro seco del patio, con tanto genio que Germán se sorprendió de la fuerza que parecía tener.

La ClínicaWhere stories live. Discover now