Capítulo 87

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Al regresar, se detuvo un instante con curiosidad de ver lo que estaban organizando, comprobó que las mesas estaban colocadas en la misma disposición que el día en que llegaron. Edith y Margot pasaron junto a ella con unos manteles y la saludaron alegres. Alba parecía excitada y nerviosa. Volvía a correr de un lado a otro. ¡Una nueva fiesta esta de despedida! Natalia sentía cierta tristeza de dejar todo aquello, no quería ni imaginar lo que podía sentir Alba, creía entenderla mucho más que antes. Se dirigió a la cabaña Natalia la observaba en la distancia, desde el porche. No podía dejar de pensar en todo aquello, en las pruebas que debía hacerse, en los resultados que ya conocía, en la forma de afrontar aquello, de hablar con todos, incluida Alba.

Entró en la cabaña para dejar la ropa sucia y las toallas. Tenía que ir junto a los demás porque la cena estaba a punto de servirse. Pero se demoró comprobando que no se dejaba nada atrás, nada material, porque estaba segura de dejar atrás los mejores días de los últimos años.

¡Qué paradójica era la vida! ella, que en los primeros días creyó estar viviendo un infierno, ahora no podía dejar de pensar en lo acertado que había sido aquel viaje. Salió al porche, todos colaboraban colocando platos en las mesas y situando sillas. Alba continuaba moviéndose de aquí para allá, hablando con unos y otros, parecía estar despidiéndose de todos

¡Alba! ¡Alba! su mente no dejaba de repetir su nombre y su corazón temblaba de miedo. Miedo a perderla, miedo a no tener tiempo para demostrarle lo mucho que la amaba, miedo a que se estuvieran equivocando y regresar no fuera la mejor opción para ella, miedo, siempre el miedo atenazador, que de pronto le producía un calor que la asfixiaba, y un nudo en el estómago que no la dejaba probar bocado. Sí, conocía perfectamente esa sensación, la había experimentado demasiadas veces a lo largo de su vida, sobre todo, desde que ella la abandonara la primera vez, pero ahora, desde que Germán le diera los resultados, esa sensación se había convertido en permanente. Tenía ganas de llorar, de gritar, de sincerarse con ella, de lamentarse de su mala suerte, pero estaba allí sin hacer nada, sin saber si entregarse como le había prometido, sin reservas, sin tapujos, poniéndose el mundo por montera y enfrentándose a todo y al mismo tiempo, tenía ganas de no hacer nada de aquello, de no ofrecerle nada, de ser una cobarde y renunciar a lo que más amaba, total, ¿para qué? ¿para hacerla sufrir? ¿para abandonarla en contra de su voluntad? ¿en cuánto tiempo pasaría eso? ¿de cuánto tiempo dispondría para disfrutar de ella? ¡si al menos tuviese esa respuesta! ¡si supiese con qué tiempo contaba! Desechó esas ideas, ya era imposible dar marcha atrás, no podía. Era Alba la que le daba las fuerzas que necesitaba para enfrentarse a todo, incluso a su posible cáncer, la necesitaba, la amaba y quería darle lo mejor de sí misma, le gustaría ser valiente, muy valiente, por ella, por el amor que sentían, por su futuro, pero tenía miedo, mucho miedo.

Vio que Germán daba la vuelta a la esquina, se detenía a mirarla y encaminó sus pasos hacia la cabaña. El médico llegó con rápidas zancadas, en una mano llevaba una botella de agua, la otra metida en el bolsillo del pantalón.

- Lacunza, ¿te vas a hacer de rogar? ¡Qué ya estamos todos listos! – le dijo con una mueca burlona obligándola a dejar a un lado sus pensamientos.

- No, no, estaba... terminando de recoger algunas cosas.

- ¿En el porche? – le preguntó enarcando las cejas sin quitar esa sonrisa que exasperaba a la pediatra.

- ¡Déjame en paz, Germán!

- Uy, ¡qué humor tenemos! – sonrió afable, abandonando el tono de burla - ¿qué pasa?

- Nada – suspiró con desgana.

- ¿Estás muy cansada del viaje? porque si no te apetece la fiesta... la asistencia no es obligatoria.

La ClínicaWhere stories live. Discover now