Capítulo 39

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Alba tenía razón, mentía al decir que se quería ir, a pesar de que no se encontraba bien físicamente, los últimos días junto a ella, habían sido de los mejores que había pasado en años.

- Alba... yo... - decidió ser sincera con ella – no quiero que pienses que no..., vamos que quiero..., que quisiera repetirlo – balbuceó nerviosa.

- ¿Repetir el qué! ¿de qué me hablas, Nat? – le preguntó divertida al verla tan nerviosa y azorada.

- Del paseo de hoy... del baño en el río... de... del masaje – confesó enrojeciendo ligeramente – podíamos volver mañana y...

- ¿Mañana? No. Mañana no creo que puedas, pero... ya habrá tiempo – le respondió insinuante – ahora lo importante es que comprobemos que no te pasa nada.

- No me pasa nada, te lo aseguro – le dijo sin dejar de mirarla embelesada y pensativa, "nada que no sea este dolor en el pecho que me provocas cada vez que me miras así, cada vez que te marchas y tardas en volver, cada vez que pienso en Madrid", suspiró profundamente – Alba yo... quisiera cambiar... quisiera que... que todo cambiase... pero...

- No tienes que cambiar – le dijo esbozando una sonrisa e inclinándose junto a su oído le susurró – ¡me encanta cómo eres! – sonrió levantándose – ahora vuelvo.

Natalia abrió los ojos, sorprendida, sin saber qué responder, un escalofrío le recorrió la espalda, pero esta vez no se debía ni a la fiebre, ni al miedo que le producían esos recuerdos. Alba conseguía con solo unas palabras remover su interior de un modo que ya no recordaba y que cada vez le gustaba más. La enfermera se quedó unos instantes junto a la cama, con la sonrisa en los labios y una mirada de complicidad que Natalia no podía dejar de responder. "Vamos, ¡bésala! te lo está pidiendo a gritos", se dijo la enfermera.

Repentinamente, la puerta se abrió y Germán entró cargado de bultos. Ambas se sobresaltaron y aterrizaron en la realidad de la cabaña como si bajaran de una nube que solo ellas habían creado en un cielo de miradas llenas de amor.

- Ya estoy aquí – se detuvo en la puerta entrando todo lo que había dejado fuera y mirándolas con un gesto bulón, "¡Vaya cara que tienen éstas!", "ay, ay, Albita, te tengo dicho que no me la alteres", pensó divertido por la expresión de ambas y preocupado por la pediatra – Alba, ¿te importa echarme una mano?

- Claro que no – dijo corriendo a ayudarle saliendo, al fin, de su ensimismamiento que la había dejado observándolo contrariada por la interrupción y sin ser capaz de mover un dedo en su auxilio – estaba a punto de ir a buscarte, ¿dónde te habías metido?

- Ya te contaré – respondió sonriente - ¿cómo estamos Lacunza?

- Bien, Germán, ya te lo dije – respondió mirando todo lo que llevaba - ¿para qué es todo esto?

- ¿Tú para qué crees? – le dijo irónico – si la señorita no quiere ir al hospital, el hospital tendrá que venirse aquí.

- Germán no es necesario... todas esas cosas os hacen mucha más falta allí.

- Mientras sea yo quien dirija este campamento, seré yo quien diga lo que es o no necesario...

- Pero...

- Eres una cabezona y estás acostumbrada a hacer lo que te da la gana, pero a estas alturas ya sabes que a mí eso me da exactamente igual. Te dije que te iba a monitorizar y te voy a monitorizar – elevó el tono con autoridad - Alba empieza a prepararla – le ordenó.

La enfermera miró a Natalia y se encogió de hombros, indicándole que no podía hacer otra cosa que obedecerle. Natalia suspiró resignada y se dejó hacer sin protestar, segura de que todo aquello era inútil. Cuando ya la tenían monitorizada. Germán frunció el ceño y se volvió a ella con seriedad.

La ClínicaWhere stories live. Discover now