Capítulo 143

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El jeep se detuvo en las dependencias de la prisión de Entebbe. Germán bajó todo lo rápido que le permitían sus lesiones y Sara también lo hizo con dificultad.

- ¿Estás muy cansada?

- No más que tú. Estoy embarazada, no enferma ni inútil.

- No te enfades pero... sigo pensando que debía haber venido solo. Estos caminos...

- Alba es tan amiga tuya como mía. Además, he sido yo la que he hablado con ellos.

- Y te lo agradezco, pero... no me perdonaría que te pasara algo si...

- Pero nada, vamos a dejarnos de charla y entrar.

- ¿Está segura de que la tienen aquí?

- Sí, ya te lo he dicho.

- No entiendo nada de lo que me has contado.

- Ya hemos hablado de eso Germán. Ahora lo importante es verla a ella. Ver que está bien y asegurarle que la vamos a sacar de aquí.

- Tienes razón.

Se apoyó en sus muletas y se encaminaron hacia la puerta principal. El director de la prisión los atendió en su despacho. Examinó con detenimiento toda la documentación que le llevaron y consintió en admitir que la enfermera se encontraba entre sus presos.

- Es un error, ella no debería estar aquí y esa documentación así lo prueba.

Esperamos que lo subsanen cuanto antes.

- Yo no puedo hacer nada.

- Vamos – Germán elevó la voz - ¿cuánto hace falta?

- ¿Qué insinúa señor?

- Germán...

- No insinuó, le preguntó que cuánto cuesta sacarla de aquí.

- Búsquele un abogado y esperen a que sea juzgada.

- ¡Venga ya! todos sabemos cómo funciona aquí la justicia y las prisiones.

- Germán... - Sara lo acalló con autoridad – discúlpele, estamos muy preocupados por nuestra compañera y nos preguntábamos si habría alguna forma más directa de que todos saliéramos beneficiados.

- La entiendo señora – le dijo mirando hacia su voluminosa barriga – pero en mi prisión no se hacen ese tipo de... tratos.

- Ya ha visto todos los documentos. Incluso el informe del capitán André Tsau. La enfermera Reche no es una terrorista, ni colabora con la guerrilla.

- Y yo me alegro de que así sea, pero no podrá salir de aquí hasta que lo diga un juez.

- ¿Y cuándo será eso?

- Dos, tres años a lo sumo.

- ¡¿Está loco?! No pueden tenerla encerrada sin haber hecho nada.

- Yo solo cumplo órdenes.

- ¡Estamos perdiendo el tiempo! – exclamó Germán cansado de dar palos de ciego de un despacho a otro – Sara vámonos de aquí.

- Germán, ¿por qué no sales a darte un paseo? Espérame fuera.

El médico la miró mohíno y Sara le indicó con las cejas la puerta. A regañadientes abandonó el despacho y se sentó en una silla desvencijada que había en la puerta ante la atenta mirada de dos funcionarios de la prisión que vigilaban aquel pasillo. La idea de que Alba permaneciera en la cárcel todo ese tiempo, le resultaba insufrible. De sobra sabía cómo eran allí las condiciones de los presos. De sobra conocía cómo se violaban todos y cada uno de los derechos humanos por no hablar del trato vejatorio a las reclusas. Era frecuente la privación de libertad sin juicio previo y en los casos de terrorismo o colaboración contra el régimen imperante las penas podían ser ejemplares. Le venían a la mente los datos que habitualmente leía en las revistas médicas que trataban el tema: uno de cada sesenta presos muere durante su cautiverio, ochenta de cada cien eran vejados o violados por las bandas carcelarias, un ochenta por ciento, eran seropositivos, habiendo adquirido el virus en más de un sesenta por ciento en la prisión...

La ClínicaWhere stories live. Discover now