Capítulo 69

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El día siguiente, amaneció lluvioso, Alba miró el reloj, aún era muy temprano. Se levantó con sigilo y una sonrisa en los labios que era muestra de la felicidad que sentía, se asomó a la ventana un instante, no le importó ver la lluvia, muy al contrario disfrutó de ella un instante, tenía la sensación de que ese también sería un gran día.

Entró en el baño y se duchó. Al salir esperaba ver a Natalia despierta pero aún dormía. Abrió la ventana para que entrase algo de fresco y comenzó a recoger todo lo de la cena y preparar el desayuno. Cuando terminó se acercó a la cama. Miró a Natalia que no se había movido y continuaba durmiendo plácidamente, no había despertado en toda la noche y sonrió, ¡estaba preciosa! y no quería despertarla.

Se asomó a la ventana agradeciendo aquella fresca brisa, le encantaba ver llover sobre el mar. Recordaba que a Natalia también le gustaba, quizás era hora de espabilarla y aprovechar las horas que les quedaban allí, se giró y se quedó observándola, se sentía inmensamente feliz. La noche pasada había sido mágica y, mentalmente, le agradeció todo lo que la hacía sentir.

Permaneció en pie junto a la cama, sonriendo pensativa, admirando sus ojos cerrados, aquellos ojos que adoraba cuando la desnudaban con la mirada, esa mirada en la que ella había sido capaz de encontrar el camino de la salvación, el camino de la salida de aquel infierno que habían sido sus últimos meses. Natalia había conseguido que todo cobrara otra dimensión, que lo viera con otra perspectiva, que doliera mucho menos, había logrado llenar su vida de amor y arrinconar el miedo, el odio y la rabia que la estaban carcomiendo. Permaneció allí, admirado aquella sonrisa que dibujaban sus labios, aún dormida. Esa sonrisa que conseguía llenar de color hasta el día más gris. Admirando su belleza, su delicadeza al tocarla, su sutileza sensual, que encendía la pasión en su cuerpo a cada instante. Suspiró. ¡La amaba y deseaba compartir con ella el resto de sus días!

La pediatra abrió los ojos de improviso y somnolienta la buscó a su lado, inmediatamente la vio allí en pie, junto a la cama, pensativa y sonriendo. Por inercia, le devolvió la sonrisa sintiendo que Alba la mataba con aquella expresión. ¿Qué estaría pensando! parecía contenta, feliz. "Sí, y yo también soy feliz", se dijo sin apartar sus ojos de ella, "Su corazón me pertenece, y el mío le pertenece a ella, siempre le ha pertenecido, siempre ha sido su hogar". Alba se percató de que había despertado y se acercó despacio, con suaves movimientos que encandilaban a Natalia, que no dejaba de observarla, de imbuirse de su belleza, deseando que le diera los buenos días y escuchar la armonía de su voz. Suspiró. ¡La amaba! sentía un amor desmedido por ella, un amor capaz de oponerse a todo, un amor que la hacía ver el futuro con optimismo, con alegría y esperanza. Esa mañana, todo parecía tener otro color y otra luz. Levantó su mano hacia ella y le sonrió.

Era la primera vez que Alba veía aquella sonrisa en la pediatra. Una sonrisa realmente auténtica, desprovista de sombras, limpia y real, muy real. La sonrisa de quien se ha convencido de que la vida le ha dado otra oportunidad, la sonrisa de quien tiene la plena confianza de que, al fin, sus problemas aún sin acabarse, pesarían menos, porque tenía en quien apoyarse para cargar con ellos. Y esa sonrisa, llenó de satisfacción y felicidad a la enfermera mucho más que cualquier palabra, mucho más que cualquier gesto y, sin decir siquiera buenos días, se metió en la cama y se abrazó a ella, disfrutando del contacto, de las caricias que presta ya le estaba regalando, la miró y también sonrió, para, finalmente, fundirse en un tierno beso.

- Buenos días, mi amor, ¿has dormido bien?

- ¡Cómo nunca! – sonrió besándola de nuevo. Cuando se separaron se quedó absorta mirándola fijamente - ¿puedo pedirte un favor? – le preguntó risueña.

- Claro.

- ¡Despiértame así todos los días! – exclamó con vehemencia.

- ¡Boba! – la besó otra vez – he preparado el desayuno, ¿tienes hambre?

La ClínicaWhere stories live. Discover now