Capítulo 112

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Abrió los ojos y la oscuridad era total, un frío intenso penetraba por cada poro de su piel provocándole una tiritera que no podía frenar. Tenía que salir de allí. Tenía que abandonar aquél helado dormitorio. Sin saber por qué un pánico atenazador, un pánico que la impelía a levantarse de la cama y correr al exterior, se apoderó de ella.

Uno tras otro los escalofríos recorrían su cuerpo de arriba abajo. Se asfixiaba allí dentro, tenía que huir de allí, tenía que alcanzar la calle y respirar. No podía respirar. Cuando ya creía que su pecho iba a explotar por la falta de aire consiguió alcanzar la calle. El aire inundó sus pulmones y a pesar del frío intenso que la hacía temblar, sintió que la vida volvía a su cuerpo.

Comenzó a moverse a toda prisa. Tenía que alejarse de allí cuanto antes. Ni siquiera reparó en que una tenue llovizna comenzaba a mojar las calles. Su pelo comenzaba a empaparse. No podía dejar de avanzar, ni podía dejar de temblar, no sabía si por el frío y la humedad que ya empapaba su ropa o por ese pánico que había salido de la casa con ella, acompañándola. Tenía que dejarlo atrás, tenía que marcharse de allí cuanto antes, no sabía por qué, solo sabía que debía hacerlo. Sintió la imperiosa necesidad de correr, no sabía por qué, ni de qué huía, solo sabía que debía alejarse de aquella casa.

La desesperación se dibujaba ya en su rostro, pero nadie podía verla, la calle estaba desierta, la oscuridad solo rota por la tenue luminosidad de las distantes farolas que teñían de un color ocre pequeños claros. Le pesaban las piernas. No podía avanzar tan rápido como deseaba, cada vez le costaba más hacerlo, cada vez le dolían más, convirtiéndose en un lastre para su deseo de huir. ¡Esas piernas no le servían para nada! ¡tenía que deshacerse de ellas! ¡tenía que dejarlas atrás para poder seguir avanzando! No. No podía hacerlo, era una locura. "Estoy soñando, despierta, despierta, despierta...". No podía despertar porque no era un sueño. "No es un sueño, no es un sueño, es real" Elevó la cara al cielo y las gotas cada vez más intensas, empaparon su rostro. No podía ser un sueño, se estaba mojando y estaba tiritando de frío. Se detuvo, el silencio acrecentó su miedo, solo escuchaba el sonido de su respiración, ahora entrecortada por el esfuerzo de la carrera y no podía dejar de temblar.

Alba despertó sobresaltada. Natalia no paraba de moverse, inquieta. La tocó y notó que estaba helada. Alba frunció el ceño, debía haber cogido frío en la siesta o quizás en el jacuzzi, habían estado en el agua demasiado tiempo. La pediatra seguía quejándose en sueños, "... no puedo... piernas", murmuró. Alba se abrazó a ella e intentó darle calor. Minutos después, Natalia pareció calmarse, y Alba, al verla tranquila, volvió a dormirse.

Pero en su ensoñación Natalia seguía corriendo por las calles empapadas, toda ella empapada, sin saber qué era aquello que la impelía a no frenar en su alocada huída. De pronto, el silencio de la noche se quebró, ahora sabía de qué huía, unos pasos tras ella intentaban darle alcance. Paseo la vista por su alrededor en busca de algún refugio en el que pasar desapercibida a su perseguidor, pero la calle estaba repentinamente vacía, no había nada más que esa farola, bajo la que se encontraba parada y que la hacía completamente vulnerable a su atacante, cuyos pasos se escuchaban ya muy cercanos.

Miró asustada hacia atrás esperando ver aparecer al dueño de aquellos pasos, pero era incapaz de distinguir nada en la densa oscuridad de la noche. Tenía que seguir huyendo, tenía que seguir corriendo. Pero cada vez estaba más cansada, cada vez sus músculos le respondían menos y cada vez los pasos eran más perceptibles a sus oídos. De un momento a otro la alcanzaría. No podía correr más, su cuerpo ya no respondía, le faltaba la respiración y agotada se dejó caer al suelo.

Los pasos se acercaban cada vez más, cuando estaba convencida de que vería a su perseguidor, el pánico la hizo desear levantarse y emprender de nuevo la carrera, pero ya no podía, sus piernas no respondían, no podía levantarse del suelo. Estaba agotada. Aterrada, vio como una figura se iba haciendo cada vez más nítida, a través de la lluvia hasta que la tuvo frente a ella. Sin entender que ocurría su corazón se calmó, el miedo desapareció y se sintió segura. Se había agazapado con los ojos clavados en el mojado asfalto. Su perseguidor estaba a su lado, pero ya no sentía miedo. Una mano apareció ante sus ojos, una mano protectora a la que se aferró sin dudarlo. Estaba frío, helada. Reconocería ese frío de la piel en cualquier lugar. Levantó sus ojos hacia el recién llegado. Y allí estaba ella, ¡Ana! con sus enormes ojos azules estudiando su rostro y su cuerpo con una expresión mezcla de deseo y curiosidad. En su cara se dibujó una bonita sonrisa. ¿Qué hacía Ana allí? De pronto, la aferró con la otra mano y tiró de ella.

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