Capítulo 61

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Natalia guardó silencio un instante recordando el cuerpo dulce de Ana, sus ojos brillantes, su sentido del humor, su tímida sonrisa, su mente despierta y ágil. Recordó como ese día, cuando se levantó al baño se quedó observándola, sus curvas perfectas, su delgadez equilibrada, no pudo dejar de seguirla con la vista y cómo ese día comprendió que podía llegar a enamorarse de ella.

Recordó cómo al volver del baño Ana traía una enorme sonrisa, una sonrisa que la hizo sentir un nerviosismo agradable. Recordaba como se había sentado frente a ella, como se había cruzado de piernas y como se había echado hacia atrás en el asiento sin borrar la sonrisa del rostro provocando cada vez más el deseo de que le dijese lo que pasaba por su mente.

- ¿Con que no estamos nada mal?

- ¡Nada mal!

- Lo dirás por ti.

- En realidad lo digo por ti.

- ¿Pues sabes lo que te digo! ¡qué tienes razón! ¡no estamos nada mal!

- Claro eso a parte de que nuestras vidas están hechas una auténtica mierda.

- Mira a tu alrededor, ¿lo nota alguien?

- A mí me parece que todo el mundo.

- Te equivocas, Nat, tienes que quitarte eso de la cabeza, no llevas el apellido Lacunza en la frente como cree tu madre, aprende a disfrutar de que somos invisibles, y eso nos da una enorme ventaja.

- ¿Ventaja para qué?

- Para hacer lo que nos de la gana.

- Nat... ¿y qué más? – le preguntó sacándola de sus pensamientos, cansada de aguardar a que continuase y ligeramente celosa al ver la sonrisilla de satisfacción que habían dibujado sus labios desde hacía unos instantes. Esa sonrisa que tan bien conocía y que tanto amaba, esa sonrisa que no soportaba ver si estaba dibujada en su rostro provocada por otra persona.

- Eh... nada, terminamos de comer y fuimos a tomar café. Me preguntó si yo podría enamorarme de ella y le dije que no lo sabía, que hacía muy poco tiempo de lo tuyo y que no estaba preparada para otra relación. Me miró fijamente y sonrió con tanta dulzura que me hizo sentir ligeramente nerviosa. Sin saber cómo le estaba confesando que me atraía, que no la quería como ella insinuaba pero que la deseaba, que deseaba verla cada vez más y que empezaba a necesitar su risa, sus palabras, su fuerza que me hacía sentir viva – le contó sin dejar de mirarla – Ana tiene unos labios finos preciosos, sabe escuchar, sabe dar buenos consejos....

- Comprendo, comprendo – murmuró con un nudo cada vez más intenso en su garganta, en un intento de que callase y no siguiese con aquella descripción.

Natalia comprendió al instante, se había dejado llevar por el relato y se arrepintió inmediatamente de haberlo hecho, pero continuó con la narración.

- Le dije que quería conocerla mejor y que podíamos quedar otro día. Y me dijo que no tenía nada que hacer en toda la tarde, y que se le apetecía mucho volver a besarme. Yo le confesé que también lo deseaba, pero que no quería engañarla que seguía echándote de menos a ti, que seguía enamorada de ti y que seguía soñando contigo, con besarte, con perder mi mano en tu cuello, que me despertaba llorando por no poder acariciarte, por no saber de ti, ...y que no sabía si sería buena idea que ella y yo... ya me entiendes – la miró con seriedad y Alba cabeceó sin más, a esas alturas era casi incapaz de pronunciar palabra – pero ella me dijo que lo comprendía, que era normal, ¿qué podía hacer! a su lado todo parecía simple, sin complicaciones – reconoció con un suspiro – me dijo que le gustaría que pudiésemos perdernos en un lugar escondido, observar las estrellas y olvidarnos de todo. Yo insistí en que fuera consciente de lo que había, que no quería arrastrarla a la miseria de mi vida, que ni siquiera sabía si me apetecía que ella me volviera a ver como la noche de la fiesta. Ella me respondió que correría ese riesgo pero que estaba segura de que eso no iba a volver a pasar. Y yo le dije que siempre estaría esa posibilidad. Y entonces me respondió algo que me hizo pensar, me dijo que ella había sido más feliz cuando dejó de intentar que se cumplieran sus deseos y que simplemente se dedicó a intentar ayudar a los demás. Y que quizás las dos juntas pudiésemos afrontar los malos momentos mejor que solas. Recuerdo que guardé silencio pensando en aquello, ella también lo hizo, se levantó, pagó el café y me dijo que le gustaría verme al día siguiente. Yo, la frené y la sujeté de la mano, le dije que si es lo que quería a mí también me apetecía. Y... - se interrumpió dudando si decirle aquello, su mente voló a aquella cafetería y vio a Ana, en pie frente a ella.

La ClínicaWhere stories live. Discover now