Capítulo 50

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Las puertas del campo se abrieron para el convoy Germán entró el jeep, pero los camiones permanecieron en el exterior, de ellos comenzaron a bajar los demás médicos y enfermeras, que se adentraron a pie.

Germán detuvo el vehículo en las inmediaciones de uno de los edificios, bajó de él y saludó a varios jóvenes que se acercaron abrazándolo y tocándolo, Natalia lo vio estrechar un par de manos y cruzar unas palabras, luego sacó la silla y la situó junto a su puerta, la ayudó a desprenderse del cinturón y a girarse. Tras él, observando la maniobra había una chica bastante joven que le sonreía afable, ella le devolvió la sonrisa y desvió la vista agobiada por tantos ojos puestos en ella con interés y curiosidad, no terminaba de acostumbrarse a esos recibimientos que la intimidaban y la hacían sentirse incómoda e insegura, siempre tremendo un ataque o un golpe. Mientras Germán la izaba, Natalia miró hacia el portón y vio como llegaban a pie los demás, y como los rodeaban algunos niños y chicos jóvenes, vio a Alba agacharse y besar a algunos, la vio levantar en sus brazos a un pequeño y acariciarles la cabeza a otros.

- Ya está – le dijo Germán cerrando la puerta del jeep tras sentarla en la silla, esperaba que le presentara a aquella joven que no dejaba de sonreírle, pero el médico no solo no lo hizo si no que se excusó un instante – espérame aquí un momento, Lacunza.

- Vale – respondió abrumada por lo que veía, Germán que se dio cuenta de sus nervios, le guiñó un ojo y le hizo una discreta carantoña en la mejilla, para después alejarse con aquella joven hacia el edificio que se encontraba más cercano.

Natalia se quedó observándolo creyendo que entraría en él pero no lo hizo, varias personas más salieron del interior y se unieron a ellos. Los vio saludarse y cruzar unas palabras, los vio hacer indicaciones y señalar los grupos de gentes que aguardaban. La pediatra se giró de nuevo, volviendo su vista hacia la enfermera, buscándola entre aquel remolino de personas, cuando al fin pudo distinguirla, comprobó que continuaba saludando a varias de ellas, deseaba que dejase aquella "entrada triunfal" y llegase cuanto antes a su lado, no le gustaba estar allí sola, rodeada de desconocidos que la miraban fijamente. Pero era consciente de que debería esperar un rato hasta que Alba llegase hasta dónde ella se encontraba, todos parecían alegrase tanto de verla allí que la detenían a cada instante, la siguió con la mirada, hasta que el jeep le hizo perderla de vista.

De pronto, Natalia, se sintió fuera de lugar. El hecho de haberse quedado allí sola, junto al jeep, en su silla y observando cómo cada uno se desenvolvía por el recinto con unos u otros, la hacía sentir que había sido un error el ir allí, que solo los iba a estorbar en sus quehaceres. Germán seguía hablando en aquel grupo, Alba ya ni siquiera estaba a su vista y ¿dónde se metían los demás! deseaba ver a cualquiera de ellos, a Gema, a Maika, a Jesús, a Sara a quien fuera, porque estaba segura de que Alba seguiría saludando a todos un buen rato, como ya sucediera en la aldea. Un par de niños rompieron la timidez y se acercaron recelosos a tocarla, sobresaltándola. Le acariciaron el pelo, tocaron la silla, le rozaban a ella con un atrevimiento no exento de temor, uno se le abrazó y le sonrió de tal forma que a Natalia se le saltaron las lágrimas intentando corresponder como había visto hacer a los demás. Luego, los pequeños se alejaron corriendo. Todo aquello la sobrecogía. Paseó la vista a su alrededor.

Dos edificios más grandes y uno más pequeño se levantaban al fondo, alejados de éste más cercano en el que leyó "Dispensario". Natalia comprendió inmediatamente que en él debían de atender a todos y que los demás debían ser las salas de las que le había hablado Germán, el pequeño serían los servicios y duchas, como en el campamento, al menos, le parecía tener la misma distribución. Delante de ellos una inmensa explanada salpicada con algunos árboles, y en ella decenas de personas esperaban ser atendidos, unos puestos en pie, formando colas, otros sentados o tumbados directamente en el suelo y los menos echados en esteras, al refugio de la sombra de los escasos árboles. Pero, sobre todo, si había algo que la hacía que el vello se le erizase, era aquel canto y aquel olor. Sintió un escalofrío que la recorría con una intensidad increíble. El canto de aquellas voces se metía en su cabeza, era un lamento que le producía una sensación de tristeza y angustia. Hasta tal punto que sintió la acuciante necesidad de taparse los oídos, pero no lo hizo, temiendo que el gesto fuera ofensivo. Natalia – sintió una mano en su hombro y dio un respingo – no te asustes, soy yo – le dijo con una mueca burlona - ¿vamos? – le preguntó Sara, mirándola con un esbozo de sonrisa – Germán te está llamando.

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