Capítulo 137

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Germán conducía la moto a toda velocidad por la recta y polvorienta carretera. La oscuridad de la noche y los numerosos baches del camino no parecían ser un obstáculo en su marcha. Ni siquiera lo era el riesgo de ser interceptado por los guerrilleros. Aún no era capaz de creer lo que había ocurrido. Se culpaba por no haber estado más atento, por no haber sabido calibrar hasta qué punto Alba estaba afectada por el estado de Natalia. Nunca debió dejarla sola en la radio. Y ahora por mucho que intentase parar aquello, posiblemente sería tarde.

Siempre había admirado la serenidad y buen hacer de la enfermera. Casi desde su llegada se comportó con una gran capacidad de adaptación y resolución que parecía haber perdido. Alba no era la misma desde el asalto al orfanato. Intentaba superarlo pero él siempre veía el miedo y el recelo en su mirada. Por eso no alcanzaba a comprender qué podía haber pasado por su cabeza para cometer aquella locura. No tenía ni idea de cómo iba a arreglar todo aquello, ya pensaría en ello. Ahora lo importante era alcanzar su objetivo.

A lo lejos le pareció distinguir una tenue luz. Detuvo la moto y apagó el faro. No se equivocaba. Debían estar a casi un kilómetro. Esperaba que el silencio de la noche no lo hubiese delatado. La luz no avanzaba y no le quedaban más opciones que ir hacia ella. Debía asegurarse de que se trataba de un control del ejército. En caso contrario su vida podía correr peligro.

Empujó la moto con decisión. Era consciente de que el tiempo corría en su contra y en la de Alba, pero cometer una imprudencia a esas alturas podía ser fatal. Cuando se encontraba a unos doscientos metros de ellos, distinguió con claridad uno de los ratel situado al lado del camino. Respiró aliviado. Los camiones del ejército eran inconfundibles. André le había dado un permiso oficial para circular de noche. Arrancó la moto y se dirigió hacia ellos. A unos cincuenta metros ya no tenía duda alguna. Allí estaba el jeep, y allí estaba Alba intentando hacerse entender para que la dejasen seguir el camino.

Los soldados le cortaron el paso y le hicieron identificarse. Alba se volvió hacia allí y sus miradas se encontraron. La enfermera sintió alivio, pero también el peso de la culpa y la vergüenza. Germán estaba enfadado y con razón. Pero estaba allí, dispuesto a sacarla del lío en el que se había metido y eso valía por cualquier rapapolvo que se ganase.

Más de media hora tardó el médico en explicarles y convencerles de que era enfermera del campamento y que había salido por orden suya hacia Kampala con el objeto de ir a por suero y algunos otros medicamentos que escaseaban. Cuando repararon en que se marchó sin el permiso correspondiente, había salido tras ella. El soldado al mando no parecía dispuesto a aceptar aquella explicación, pero el permiso de André fue decisivo para que los dejasen marchar, aunque no les permitieron pasar, ni continuar el camino hacia la capital. Esos medicamentos tendrían que esperar al reparto habitual. Germán fingió contrariedad, pero aceptó la orden y cogió a Alba del brazo obligándola a montar en su moto.

- ¡Has podido matarte por este camino! ¡y han podido matarte!

- Lo sé.

- Pero... ¿Cómo se te ocurre hacer algo así? ¿ya has olvidado de lo que son capaces de hacer los guerrilleros?

- Tenía que intentarlo, entiéndeme.

- Has tenido suerte de toparte con soldados del ejercito, y que no se les haya ido la cabeza ¡joder! ¡qué sabes lo que pasa aquí! ¿cómo se te ocurre salir sola! ¡podían haberte hecho cualquier cosa!

- Tengo que llegar a Kampala.

- ¡No se puede pasar a Kampala! ¡te lo dije! ¡ni siquiera hay vuelos!

- Pero hablé con Nancy, me dijo que mañana salía un avión fletado por el National Geographic para Londres y que si yo estaba allí ella se encargaba de hacerme pasar por parte del equipo de filmación.

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