96. El diario de James (en la habitación)

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Tomé un baño. Mi habitación tenía una bañera muy grande. Era de color rosa. De hecho el papel tapiz que recubría todo eso era del mismo color con dibujos de rosas rojas y angelitos. Los muebles parecían antiguos. Ese lugar debió pertenecerle a una mujer. Una que se fue muy rápido de ahí sin llevarse sus cosas. Probablemente estaba muerta. Me la pasé pensando en eso mientras estaba sentado sobre la bañera. La persona que antes estuvo en mi lugar murió. ¿Cuánto tiempo faltaba para que a mí me pasara lo mismo? En ese momento no me asustó para nada la posibilidad de morir. Era mi esperanza de hecho. Un dulce consuelo. En algún momento moriría y todo el dolor se iría. Sería libre al fin.
Salí del baño y busqué algo qué ponerme. Mis maletas ya estaban ahí. Pero yo no quería ponerme mi ropa. Entonces se me ocurrió acercarme al closet que estaba ahí. Había mucha ropa de mujer. Toda bonita y costosa. Comencé a preguntarme cómo me vería yo con un vestido. Quizá me sentiría como otra persona. No como yo. Eso sonaba bien. Ya no quería ser yo. Suspiré. Debía soportar eso. Por los demás.

Entre mis cosas busqué unos pantalones y una camiseta. Me puse mis zapatos. Sequé mi cabello. Colgué en mi cuello aquella cadena que Clint me dio. Y me quedé sentado sobre una silla elegante esperando que algo pasara. No me moví. No encendí la luz siquiera. Todo estaba muy silencioso. La noche llegó. Entonces alguien tocó a mi puerta. Dije que podía entrar. Era Jack. Me alegró verlo.

— Hola— le dije tratando de parecer feliz.
— Debes bajar a cenar— dijo él—. En el comedor principal.
— ¿Cenarás conmigo?— dije.
— No, Clint nunca me permitiría hacerlo— dijo.

Se fue. Eso me decepcionó mucho. Sólo seríamos Clint y yo. No estaba de humor para fingir que me encontraba muy enamorado de él. Me dolía mucho mi cuerpo y aún recordaba a ese hombre del jardín.
Lo único que quería hacer con Clint era insertarle un cuchillo en el cuello. Suspiré. Debía soportarlo. Por los demás.
Bajé las escaleras. Busqué el comedor. Era muy grande. Como para un banquete con muchas personas. En la puerta principal de ahí estaba un hombre. No me miró, sólo se quedó de pie. Debía ser un guardia. Apareció una mujer. Debía tener como cuarenta años. No parecía feliz. Aunque cuando me observó por primera vez pareció muy sorprendida. Llevó muchas cosas a mí. Las extendió sobre la mesa. Era comida.

— ¿Clint está por aquí?— pregunté.
— El señor salió— dijo ella y no sonaba feliz.

Luego se fue. Miré todo eso. ¿Acaso era para mí únicamente?
Miré a mi alrededor. Al parecer cenaría solo. No tenía ganas de nada. Mucho menos después de mirar bien esa mesa grande y vacía. Comí algo que parecía ser una tarta. Laura me había contado que Zac le preparó una para festejar cuando ella ganó la olimpiada de matemáticas. Yo quería una. No sólo eso, también necesitaba un abrazo de Zac. Pero si me acercaba a él, algo malo le pasaría. Quizá mi destino era estar solo. Así como me encontraba en ese gran salón, no ponía en peligro a nadie. Comí parte de esa tarta y después me fui. Cuando entré a mi habitación, las luces estaban encendidas y las sábanas de mi cama habían sido cambiadas. Alguien estuvo ahí. Entré al baño. Mi ropa sucia no estaba. Imaginé que además de aquella mujer, más personas debían trabajar ahí. Era una mansión muy grande después de todo.

Tomé mi teléfono. La recepción ahí era muy mala pero aún así pude ver videos de gatos en internet hasta que sentí sueño. No se escuchaba afuera ningún solo ruido. En algún momento sentí frío y me metí entre las sábanas. Me quedé dormido. Desperté en la mañana porque escuché un sonido. Me sentí un poco desorientado. También triste. Con ganas de llorar pero sin saber bien porqué. Quizá era por todo.
Cuando recordé en dónde estaba, me levanté rápidamente. Me puse mis zapatos. Me asomé por una ventana gigante que realmente era una puerta que daba a una pequeña terraza. Abrí y salí. Miré para abajo mientras me apoyaba en un barandal elegante que rodeaba la terraza. Unos hombres estaban llevando unas cajas que hacían ruido cuando las acomodaban. Hablaban entre ellos. Me pareció interesante. ¿Qué podría haber adentro? Probablemente nadie me lo diría aún si preguntaba. Miré la hora en mi teléfono. Eran alrededor de las 9:00 am. Salí de mi habitación. Bajé las escaleras. Lo que quería era ir afuera. Estaba por hacerlo cuando la misma mujer de la noche anterior me detuvo.

Rupturas de PasilloWhere stories live. Discover now