160. El diario de James (y el plan)

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Clint tenía el poder de dejarme completamente destrozado sin que fuera difícil para él. Cualquier cosa que hacía me lastimaba. Su sola presencia me hería. Estaba seguro de que yo también lo volvía loco. No tenía sentido que estuviéramos juntos. Sólo éramos dos personas que querían deshacerse de la otra. Si seguíamos así probablemente algún día pasaría de verdad.
Cuando era más joven, la tía Beatriz me dijo que la gente gay no iba al cielo. Que se quemaba en el inferno. Que sufría para siempre. No pude preguntarle por qué dios haría algo como eso conmigo aún si yo era bueno porque mi mamá se enojó y le dijo que se fuera de mi casa. Ella salió de ahí y jamás volvió. Quizá no quería que yo le contagiara el pecado. Tal vez tenía razón cuando dijo que dios no me quería. Porque si esa entidad todopoderosa existiera, no me dejaría sufrir así. Pensé en eso mientras estaba en el suelo junto a la puerta. Me había cansado de golpearla y gritar. Hasta me dolía la garganta. No tenía sentido. Nadie iba a llegar a salvarme. Dios me había abandonado. Ya era tarde.

Me quedé ahí sintiéndome terrible. Ya no podía llorar más. Me había quedado sin lágrimas. Hasta eso perdí. Probablemente era la primera señal de que no tenía escapatoria. De que debía aceptar mi destino. Miré la ventana. Me levanté lentamente y caminé a ella. Estaba cerrada. Él temía que yo me hiciera daño. Decidí buscar algo que tuviera filo pero no había nada. Es más, hasta el bolígrafo desapareció. Decepcionado, pegué mi cara contra el vidrio de la ventana y miré hacia abajo. Estaba muy alto ahí. Si pudiera encontrar algo con qué romperlo, podría saltar. Entonces moriría y él perdería. No podría tenerme. Me iría como Charly. Entendía perfectamente por qué decidió acabar con su vida. Clint le quitó todo. Vivir ya no tenía sentido. Me encontraba igual.

Decidido, tomé una pintura que estaba enmarcada sobre la pared y con ella golpeé el vidrio. No se rompió. Era resistente. Sentí ganas de llorar y mucha desesperación. ¿Por qué ni siquiera podía hacer eso? ¿En qué momento mi vida dejó de ser mía y se volvió la de alguien más? ¿Por qué permití que algo así pasara? ¿En qué instante me perdí a mí mismo?

Me quedé recostado en el suelo sintiéndome miserable. Ya no me quedaba nada. Hasta que milagrosamente recordé que mi teléfono debía estar en alguna parte. Quizá Clint se había llevado muchas cosas pero no mi teléfono porque lo dejé en el sofá cuando comencé a jugar cartas con Bran.
Corrí a buscarlo. Lo encontré metido entre los almohadones que estaban ahí. Por eso Clint no se lo llevó, simplemente no lo vio. Lo tomé. Imaginé que Clint debió hacer lo mismo que la vez anterior que me dejó encerrado: se llevó a los demás para que no pudieran ayudarme. Jack me dijo que esa vez él no supo que me encerraron hasta que yo se lo dije porque les otorgó tareas que los mantuvieron ocupados. No podía llamar a Stefan o a Bran. Recordé que Mich, Gabe y Boris debían estar aún en la ciudad. Clint no sabía que ellos estaban cerca. Además eran leales a mí. Llamé a Gabe y deseé que contestara. Lo hizo.

— Majestad— dijo—, buenos días.
— Gabe, escucha con atención— le dije—. Estoy atrapado. Deben venir a liberarme. Estoy en un hotel.
— ¿Un hotel?
— No los dejarán pasar pero apuesto a que pueden encontrar una forma de infiltrarse. Boris sabe. Pero deben llegar a mí. Sé abrir cerraduras pero no tengo nada con qué hacerlo así que sería bueno si trajeran algo...
— De acuerdo— dijo Gabe—, dígame en qué hotel y cuál es su habitación. Llegaremos lo más rápido posible.

Le dije. Después corrí a buscar mis ropas. Mientras me vestía noté todas las marcas que Clint dejó en mí. Como si quisiera arruinar mi belleza para que nadie se fijara en mí. Me hizo sentir mal pero decidí ignorarlo. Después me miré en un espejo. Me veía muy mal. Tenía marcas de dedos en mi cuello. No recordaba en qué momento trató de asfixiarme. Porque estaba tan asustado que sólo pensaba en desaparecer.
Entonces me di cuenta de que una vez más, a pesar de lo mal que estaba todo y de lo miserable que me sentía, estaba buscando una manera de seguir. De liberarme. De salvarme. Aún si no tenía ganas de vivir. Simplemente no me daba por vencido. Quizá era demasiado cobarde como para morir. O no, ya había tratado de matarme dos veces sin miedo. Probablemente mi fuerza era más grande que cualquier otra cosa. Mi espíritu no era débil como pensaba. Era poderoso. Como yo. No necesitaba que ningún dios me salvara, podía hacerlo yo mismo. Como siempre. Yo era sagrado, no ese estúpido dios.

Rupturas de PasilloWhere stories live. Discover now