114. El diario de Alex Harper (y la magia)

26 11 7
                                    

Mi día comenzó de maravilla. Sobre todo porque Neil y yo tuvimos bastante sexo a lo largo de la noche. Ese no era el plan porque se suponía que debíamos dejarlo para San Valentín pero no pudimos evitarlo. Él y yo nos atraíamos demasiado, como si fuéramos magnéticos.

— ¿Tenemos que levantarnos?— dijo mientras estábamos en su cama y él me abrazaba—. Podemos quedarnos aquí todo el día.
— Es San Valentín— dije—. No podemos quedarnos aquí. Es romántico pero ya tengo planeadas varias cosas que definitivamente debes hacer.
— ¿Me gustarán?
— Eso creo— dije—. O quizá no. Pero te sorprenderán.
— ¿Qué?
— Sé que en tu mente lo que piensas que se debería hacer en este día son cosas románticas y extremadamente cursis.
— Es el primer San Valentín en el que por fin estoy saliendo con alguien— dijo él—, ¿No debería ser romántico?
— Sí pero yo quiero ser más original. Tendremos un San Valentín diferente.
— ¿Qué tan diferente?

Neil descubrió eso horas después cuando viajamos hasta una área turística que tenía una acantilado.

— ¿Quieres que salte desde ahí?— dijo incrédulo.
— Saltaremos los dos. Para superar nuestro miedo a las alturas— dije.
— Hay mejores formas de superar un miedo— dijo mientras veía a una persona lanzarse al vacío.
— Pero esta debe ser la más efectiva. Además es un poco romántico, ¿No? Los dos superaremos esto como pareja. ¿No es grandioso?
— ¿Por que arrojarnos de un acantilado sería romántico? No hay nada romántico en morir.
— No moriremos. Investigué bien este lugar y cuenta con todas las medidas de seguridad requeridas. Además tiene cincuenta años de historia y en todo ese tipo sólo una persona ha muerto.
— ¿Qué?
— Pero no te preocupes, no es porque las cuerdas se rompieran— dije—. Es porque le dio un ataque cardíaco.
— ¿Y eso por qué me haría sentir mejor?
— No seas cobarde y ven conmigo— dije y tomé su mano.

Fuimos al área donde nos pusieron todo el equipo para poder saltar. Parecía muy seguro. Simplemente saltaríamos y estaríamos suspendidos unos minutos. Parecía fácil. Pero no lo fue cuando estuvimos al borde del acantilado y miramos para abajo. El instructor nos dijo que debíamos hacerlo cuando estuviéramos listos.

— Eso no va a pasar. Nunca estaré listo— dijo Neil asustado.
— No... no es tan malo— dije aterrado—. Sólo hay que saltar.
— ¿Tienes miedo?
— ¡Claro que sí, le temo a las alturas!
— ¿Entonces por qué quieres hacer esto?
— Porque debo. No quiero tener más miedo. Así que dame tu mano y hay que hacerlo.
— Si no quieres, no debes hacerlo...

No lo dejé continuar. Tomé su mano y salté. Lo llevé conmigo. Los dos gritamos mientras caíamos como si estuviéramos muriendo. Hasta que el sistema de seguridad nos mantuvo suspendidos ahí. Yo estaba sudando y quizá hasta llorando un poco. Pero una vez que vi para abajo y logré controlar mi miedo, descubrí que de hecho era agradable. Miré a Neil. Se había cubierto los ojos con la mano que tenía libre.

— ¿Qué haces?— le dije.
— Si no veo no tendré miedo— dijo.
— Deberías ver... la vista es increíble.

Con mi mano libre, descubrí sus ojos. Me miró. Respiraba como si acabara de correr un maratón. Estaba muy nervioso.

— ¿Estás bien?— le dije.
— ¿Y tú? Tu cara está roja... ¡Oh por dios está muy alto aquí!

Miró hacia abajo y entró en pánico.

— ¡Espera, no te asustes, tranquilízate!— le dije—. Estamos bien. Nada puede pasarnos.

Respiró profundamente un par de veces. Miró a nuestro alrededor. Parecía menos nervioso.

— Esto... no está tan mal— dijo.
— Lo sé— dije—. Da miedo pero... es soportable...
— Todo se ve tan pequeño desde aquí— dijo.
— Tan insignificante— dije.

Rupturas de PasilloWhere stories live. Discover now