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#Hannigram #Hannibal #WillGraham #relatocorto
"Si un día tuviese que buscarte lo haría entre palabras, entre estas historias que son más tuyas que mías. En ellas, te encontraría, eterna, preciosa, a mi lado"
🔥 El hombre del piano 🔥
Un sábado por la noche cualquiera, sin importancia. Un nuevo bar, él nunca repetía. Ante sus manos las teclas de un piano polvorientas, quién sabe la última vez que alguien tocó en él. La música resuena en sus oídos, espera poder darle la forma que ya tiene en su corazón.
Sentado frente a él, unas partituras borrosas. No las necesita. Siempre ha tenido un don y, además, la creación es propia. Es un joven maestro o, más bien, era, la edad no perdona a nadie. Le echa de menos y, haciéndolo, crea. El hombre del piano se agarra al piano como si de una tabla en un mar tempestuoso se refiere. Es lo único que le permite seguir adelante. Sobrevivir.
A quién le dedica su arte es algo que sólo él sabe.
Pulsa una tecla, la poca gente que está allí levanta levemente la vista de sus copas. Quizá, como él, también sus vidas están sin rumbo. Tal vez sean simples borrachos. No le importa. El hombre del piano toca para él mismo y, por descontado, para un alma que tiempo atrás le abandonó y hace tiempo dejó de escucharle.
Cierra los ojos, el espejo de la pared refleja una niñez ya olvidada. Enterrada en lo más profundo de su corazón, lo único que ha permitido que de ella perdure es esto, el piano. Pero hay ratos con furia donde lo golpea y en ocasiones, llora. Nadie lo ha visto jamás.
Sus dedos, hábiles, se mueven por las teclas de la misma forma que antaño lo hicieron sobre vidas humanas. Porque el hombre del piano, mientras lo era, también fue cirujano. La música empieza a llenar el triste bar al que jamás regresará.
Lo busca. Entre las gentes, entre sus tristes canciones. Cada sábado un bar diferente, rostros borrosos y olor a alcohol barato del que nada quería saber. Lo buscaba y de encontrárselo se lo diría. Su orgullo nada importaba, lo echaba de menos y eso dolía más que cualquier cosa.
Las teclas que al principio estaban llenas de polvo, relucen. El público, sentado en sus mesas y en la barra, no alcanza a ver el por qué. El hombre del piano llora. Caen silenciosas sobre unos dedos que no paran y que todo lo dicen a través de esta triste melodía. La emoción es tal que lo único que puede hacer es parpadear aunque, cierto es, podría tocar esta canción ciego. Era su favorita. La de los dos.
Fuera llueve. Más rostros sin nombre entran para cobijarse. Todos ellos miran de reojo al hombre del piano, más ninguno le presta más atención que la que se presta al trinar de los pájaros en el día a día.
Pudo hacer más, pudo decir más. Pudo haber sido todo tan diferente. Tenía unas alas tan grandes que abrió al conocerle que desde que se fue teme abrirlas de nuevo. Tiene miedo de volver a hacerlo, ¿y si duele demasiado?
- Pareces cansado, y ni siquiera ha salido el sol.
Una voz que reconocería entre las millones de voces que pueblan el mundo. A su lado, un joven de ojos azules, lo más bello que ha visto jamás. Rizos castaños, barba de pocos días y una sonrisa que más que sonrisa es una flecha que atraviesa su corazón.
- ¿Qué haces aquí, Hannibal?
Así se llama el hombre del piano. Es raro escucharlo otra vez entre sus labios, suena demasiado bien. Suena como suenan las cosas cuando te sientes en casa.
- Te estaba buscando, Will.
El joven llamado Will se sienta a su lado frente al piano.
- He reconocido la canción. Era nuestra favorita.
- Sigue siendo la mía - Hannibal sonríe, triste.
El olor a alcohol desaparece, inundado ahora por el particular aftershave de Will.
- Tócala otra vez, por favor. He llegado demasiado tarde.
Hannibal se gira y le mira a la cara. Cuánto ha echado de menos sus preciosos ojos azules sobre los suyos.
