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Los días habían pasado más rápido de lo esperado, aunque, para el joven rubio, habían sido aburridos y lentos, pues se había quedado en su casa con un leve resfriado del que se había repuesto justamente ese viernes.

Cuando la mañana del sábado llegó, para Minki fue una pesadilla siquiera abrir los ojos, pues ya en su habitación había un gran cartel en el que se leían las palabras "feliz cumpleaños". No se sentía de humor para que lo felicitaran, pero sabía que tarde o temprano, si no bajaba, iban a subir por él y hacerlo bajar de todos modos.

Se puso de pie, se dio una ducha caliente y, después de cambiarse, bajó las escaleras aún con una bufanda alrededor de su cuello y la nariz un poco roja por la irritación que los pañuelos le habían provocado.

— Buen día al cumpleañero. —Saludó con alegría su madre al verlo bajar.

— Buenos días. —Sonrió al saludar a su familia y mientras recibía las felicitaciones y abrazos de cada uno.

Todos se sentaron a desayunar. El menú estaba constituido por cereal de colores, una vaso de leche con chocolate, jugo de naranja, hot-cakes con mermelada de moras, galletas de coco y ramen, platos medianos de ramen ¿Por qué? Era lo que el rubio había desayunado esa semana y, ya que no había mencionado qué es lo que quería desayunar, ese había sido el menú por orden de su padre.

— "Sé que se esfuerzan. Sé que es un día importante para ustedes, pero ya dejó de serlo para mí. ¿Podemos, simplemente, dejarlo así? Ya me felicitaron, no hace falta más, ¿no creen?" —Trataba de ordenar sus palabras para cuando tuviera que decirlas, pues el tema de conversación era sobre cómo celebrarían el cumpleaños del menor de la casa. — "No quiero lastimar a nadie, ¿vale? Pero me siento a gusto así, sólo así." —Miró su plato con cereal y respiró profundo.

— Dejemos que el cumpleañero decida. —Esas eran las palabras que acababa de pronunciar su tía. Una sentencia para el rubio.

— Minki, hijo, ¿qué quieres comer hoy?

— ¿Y qué pastel quieres? —Él quiso decir las palabras que había organizado en su cabeza, pero estas no salieron.

— No lo sé. Sorpréndanme. —Respondió con una sonrisa. — "¿Por qué nunca sale lo que pienso decir? No quiero nada, ¿es eso tan difícil de decir?" —La sonrisa en la cara de todos y las tantas ideas que daban le hacía pensar que los había hecho feliz. — "¿Qué clase de maldición es esta? Hacerlos feliz es lo más importante para mí, por eso no puedo decirles las cosas como son. Ellos me conocen como una persona fría y seria, pero muy alegre en este tipo de ocasiones… —Bajó la cabeza mirando de nuevo su desayuno—. Creen que soy un niño que no termina de crecer y que siempre será el glotón de la casa, pero ya me cansé. Quiero hacerlos felices, pero ya no puedo sonreír más, incluso eso ya es cansado para mí."

— Iremos de compras para traer tus regalos, el pastel y las cosas para la comida, ¿quieres invitar a alguien?

— Todos en esta casa. —Respondió animado mientras su mente se retorcía al otro lado. — Quiero que todos en esta casa estén presentes a la hora de la comida.

— Bien. —Los primeros en terminar el desayuno fueron sus padres y sus tías, quienes se pusieron de pie y anunciaron que saldrían de compras de inmediato.

— "¡Maldición! ¡Otro año igual!" —Gruñó mentalmente al entrar a su habitación después de escuchar un rato la conversación que habían tenido sus hermanos.

Las horas pasaban, la comida había sido preparada, estaba lista y al centro de la mesa del comedor principal. Los empleados no podrían cumplir con el "deseo" del más joven de la familia debido a los deberes que ameritaban la preparación de la boda, pero ya la familia estaba reunida.

— Feliz cumpleaños, hijo mío.

— Gracias, mamá.

— Anda, es tu favorito. Come.

— Gracias. Buen provecho.

Comenzaron a comer y pronto el tema de conversación volvió a abrirse siendo, de nuevo, el cumpleaños del rubio el tema principal.

— Yo recuerdo muy bien aquellos tiempos cuando Ren-chan corría por el jardín a sus cuatro años. En primavera le encantaba salir corriendo de la casa descalzo y con el bote de helado en sus manos. —Comentó Sooyoung al tiempo que los platos frente a ellos fueron retirados.

— Yo también me acuerdo de eso. Se ponía a bailar alrededor de la fuente mientras comía y comía helado. —Recordó también Jeonghan.

— ¿Quién iba a decir que, esa pequeña bolita rosa, indefensa y juguetona, que corría por todos lados, siempre robando algún bocadillo de la cocina, se convertiría en el jovencito que es hoy? —Continuó la mayor de los cuatro.

— Diecinueve años radiantes. —Habló la tía Umi mientras el pastel era puesto al centro de la mesa. — Me acuerdo de cuando era muy pequeño, ¿lo recuerdas, hijo? Estabas más gordito, te gustaba vestir de blanco, con una camiseta roja y tú chaleco negro y me decías, «tía, dime que soy un daifuku. Tía, dime que soy kawaii». Solías inflar tus mejillas haciendo viscos y, cuando salías a comprar conmigo, siempre me pedías que te comprara algo para comer en el camino. Cuando comías tenías esa manía, cada vez que dabas un mordisco, abultabas tus labios y luego te sobabas la pancita.

— Y cuando ibas a la casa te encantaba que tú tío te preparara pan francés con chocolate. Comías al menos seis en el desayuno. —Recordó también su tía Shoma.

— Y después salía a jugar y bailar saltando y dando vueltas por todo el jardín hasta que se mareaba y se caía. —Todos rieron, excepto el rubio, que sólo sonrió como si el recuerdo le causara tanta felicidad como a su familia.

— Ahora eres todo un jovencito…

— Igual todavía está un poco regordete, nadie se preocupe. Si lo dividimos, obtendremos dos como Jeonghan. —Las risas animadas se volvieron a escuchar.

— Hijo, como no me dijiste de qué querías tu pastel te lo compramos de chocolate.

— "Yo no quería pastel. Yo no quería nada." Gracias, mamá.

— Adelante, hijo, pide un deseo. —Minki miró el pastel y cerró sus ojos, quiso darles el gusto de hacerles creer que realmente deseaba algo, pero, a pesar de que buscó hasta en lo más profundo de su mente, no halló más que un pensamiento.

— "Que nadie se dé cuenta de nada. Que siga con ellos tal y como ha sido hasta ahora, pero me da igual, supongo que no puedo desear eso." —Abrió sus ojos y, justo antes de soplar las velas, un pensamiento fugaz llegó a él: — "¿Será así con Minhyun?" —La imagen del mayor y él celebrando los cumpleaños de ambos fue suficiente para hacerlo esbozar una sonrisa, que mantuvo al liberar el aire por sus labios.

— Joven Minki…

— Sakura-sama—La saludó con esa misma sonrisa—, ven siéntate, toma un pedazo de pastel con nosotros. —Le mostró la silla frente a él y ella miró a los señores Choi. Ambos asintieron con una sonrisa.

— Gracias. —Se sentó. — Llegó esto para usted. —Le entregó una caja.

— Gracias, Sakura. —La tomó y la dejó a su lado. Cortó y repartió el pastel entre los presentes, después llamó a todos los empleados de la casa para que cada uno recibiera una rebanada del enorme pastel que su familia siempre compraba en su cumpleaños. Después de comerlo y quedarse a escuchar algunas de las anécdotas de su familia, que cada vez le recordaban más al niño que no quería recordar y la alegría que no sentía, se levantó, sonrió, agradeció a todos y volvió a su habitación con la excusa de acomodar los regalos que su familia le había dado y terminar de pasar los apuntes escolares que le hacían falta.

El anillo de mi dedo anularWhere stories live. Discover now