CXXII

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La mañana llegó con tenues rayos de sol que se filtraron lentamente por las ventanas abiertas del palacio.

Era poco más de mediodía y Ren no había visto a su marido después del desayuno, sin embargo su suegra y la reina habían comenzado una charla con él y en ese momento aún se encontraba hablando con ellas mientras recorrían uno de los pasillos del segundo piso.

— Bueno, Minki, me alegra mucho que te estés adaptando bien. —Dijo la señora Hwang.

— Doy lo mejor de mí, gracias a ustedes avanzo rápido.

— Ya vemos que sí.

— Si me disculpan, voy a buscar a Minhyun, esta mañana me dijo que va a mostrarme Londres.

— Bien. No se metan en problemas.

— Y recuerda las reglas que te hemos explicado.

— Sí, permiso. —Hizo una reverencia y se separó de ellas volviéndose al pasillo que llevaba a su habitación. Al estar a unos pasos de la puerta los sirvientes a los lados de esta la abrieron. — Gracias. —Dijo antes de entrar.
(Japonés)
— Minhyun, ¿vamos a irnos... —La habitación estaba vacía. — ya? —Terminó su pregunta y se dio vuelta nuevamente para salir, pero esta vez fue el sirviente dentro quién golpeó su asta contra el suelo para que volvieran a abrir la puerta.
(Inglés)
— Gracias. —Volvió a decir y comenzó a caminar por los pasillos buscando a su marido.
— Disculpe, —Llamó a una de las empleadas y ella de inmediato le dio su atención. — ¿no ha visto a mi marido?

— Sí, duque. El duque Minhyun fue al jardín.

— Es un poco extraño que ambos seamos duques... ¿qué tal si me llama sólo Duq. Minki?

— Como usted diga, Duq. Minki.

— Suena bien. Dijo que Minhyun está en el jardín, ¿cierto?

— Sí.

— Gracias. —Comenzó a caminar y la mujer hizo una venia.

— ¿Conoce el camino?

— Sí, gracias. —Fue lo último que dijo antes de comenzar a bajar las escaleras.

Llegó hasta la puerta corrediza que daba al jardín y no tardó en ver a su marido caminando junto a la princesa, a quién llevaba de la mano. Sonrió y pensó en unirse a ellos, pero la puerta parecía estar trabada y no pudo abrirla antes de verlos sentarse frente a frente en una mesita:

— No es lo mismo, Kimi, no puedo con Ren, —Fue lo primero que escuchó decir a su marido.

— contigo no hay nada que esconder o de qué avergonzarse, no tengo que esconder mi orgullo, mis sentimientos

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— contigo no hay nada que esconder o de qué avergonzarse, no tengo que esconder mi orgullo, mis sentimientos...

— contigo no hay nada que esconder o de qué avergonzarse, no tengo que esconder mi orgullo, mis sentimientos

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El anillo de mi dedo anularWhere stories live. Discover now