XCVIII

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— Bueno, no tienes fiebre. —Suspiró aliviado dejando su termómetro en el buró a un lado de la cama.

— ¿Lo ves? Te dije que estoy bien, Minhyun. —Alzó la mirada hasta encontrarse con el rostro del mayor.

— Es mejor estar 100% seguros, pero sin duda parece que estás bien.



Había abierto los ojos hacia al menos media hora, en ese momento Minhyun seguía durmiendo a su lado, y lo primero que pensó fue:

"Se ve tan lindo durmiendo. Debe estar realmente cansado."

Y acercó su mano al rostro de su marido, pero detuvo cualquier movimiento cuando lo escuchó respirar más profundo y comenzar a abrir sus ojos. Miró al techo tratando de pensar en cualquier cosa antes de escuchar la voz del mayor diciéndole:

— Buenos días. ¿Cómo te sientes?

Estoy bien.

Había respondido él, pero su esposo había insistido en saber si tenía algo después del remojón helado del día anterior. Así pues, antes de cualquier otra cosa había arropado al menor hasta el cuello, sin cambiarse el pijama había ido a poner la tetera, y buscado entre sus cosas un termómetro para volver junto a su esposo, lo tomó con cariño y, sentándose en su lado de la cama, llevó la cabeza morena del menor hasta su abdomen para abrazarlo mientras ponía el termómetro en su boca y acariciaba su cabello. Ren no lo diría, pero eso le había conmovido hasta la más minúscula partícula en su ser, nadie había cuidado así de él, al menos no desde que había entrado a la primaria y los sentimientos que, había descubierto, tenía por su marido sólo crecían cuando lo escuchaba decir suave y cariñosamente:

Sí estás enfermo te prepararé sopita de pollo, es buena para el resfriado, con algo de té y aquí calientito en la cama te repondrás, te llevaré con un doctor.

Después lo había abrazado y lo había mantenido así hasta que el termómetro sonó anunciando que tenía los grados de la temperatura del menor.



Minhyun volvió la mirada al menor y le sonrió acariciando su larga cabellera.

— ¿Iremos entonces a las cataratas? —Después de analizarlo unos segundos, Ren cayó en cuenta de que había sonado como un niño pequeño emocionado por un paseo con sus padres, pero la risita que su marido dejó escapar delató que a él no le había parecido nada malo.

— Por supuesto que sí, mi vida. —Le dio un beso en la frente. — Pero primero vamos a desayunar algo. ¿Qué se te antoja? —Ren pensó un momento.

— Un sándwich. —Escucharon la tetera.

 —Escucharon la tetera

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— Vale. —Le dio otro beso y lo volvió a acomodar en la cama. — Voy a pedirlos y a servir el té. —Ren asintió sonriendo y vio a su marido salir de la habitación.

El anillo de mi dedo anularDonde viven las historias. Descúbrelo ahora