CXXVII

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— Bienvenida a casa, Vizcondesa.

— Gracias, Regina. Es un gusto poder volver, no te imaginas cómo están las cosas en Canterbury, es un caos casi total. Ni siquiera pude venir para el cumpleaños de su majestad.

— Y tampoco para conocer al tal Minki.

— Padre me alegra mucho verte.

— También me alegra que regreses hija, pero hubiese preferido que lo hicieras antes.

— Tú sabes que no puedo dejar Canterbury en la situación en la que está. La salud de la princesa está provocando muchas polémicas, si sigue así se podría venir un golpe de estado; y sin un anuncio oficial sobre quién heredará la corona el debate político es realmente tenso, creí que nunca llegaríamos a una solución. —Se llevó las manos a la cintura. — Por ahora bastará con un discurso, así que debo hablar con su majestad. ¿Dices que ya conocieron a Choi Minki?

— Sí, y mientras tú resolvías un acuerdo, Minhyun apareció dándole gloria a su esposo. Ya incluso se fueron.

— Ay, que pena ni siquiera los alcancé a saludar, me hubiera dado mucho gusto conocer a Choi Minki, Minhyun dice que es un buen chico.

— ¿Un buen chico? ¿Te das cuenta de que está ocupando tu lugar?

— Padre, ya te lo dije, no creo que Minhyun me vea de esa manera y menos que los duques le hayan obligado a casarse con un chico japonés por quien no siente nada. Lo que ha dicho sobre Minki en la corte demuestra que sí lo quiere y mucho, además, Minhyun es mi amigo y me alegra mucho que se case, me hubiera encantado estar en su boda pero tú no me dejaste ir. ¿Es verdad que Minki es muy bonito? —Su padre alzó una ceja y ella se alzó de hombros. — Descuida, papá, sé que a Minhyun le irá bien con su esposo.

— Sí, quizá estoy exagerando. Tienes razón, hija. Bueno, estoy seguro de que podrás conocerlos pronto, volverán en diciembre o antes.

— Bien.

— Ve a desempacar, hija. Regina, ayúdala.

— Sí, Vizconde. —Ambas mujeres se retiraron subiendo las escaleras y apenas desaparecieron de la vista del hombre todo su semblante cambió. Ya no tenía el aspecto de un padre amoroso y protector, en cambio su sonrisa se volvió maliciosa y sus ojos destellaron la misma esencia: maldad y ambición.

— Ni Minki ni nadie podrá encontrar una solución si el joven no regresa. —Se dirigó a su despacho y tras sentarse frente a su escritorio tomó el teléfono y marcó un número.

~ ¡Buenas, jefe!

~ ¡Cállate!
~ ¿Qué encontraron?

~ Pues... tiene muy bonitas joyas, son muy caras y también tiene adornos muy bonitos.

~ ¡Eso no, idiota!
~ ¿Hay armas?
~ ¿Algo que lo haga quedar mal?

~ No, pues no creo que no, jefe.
~ Tal como ordenó las del duque Hwang están intactas, y el otro chico sí que trajo muchas.
Estamos terminando de revisarlas.
~ A ver, le echo cuenta: trae mucha ropa, toda muy elegante y costosa, eso sí, la mayoría es negra, ya le dije que trae joyas, la mayoría de oro blanco, están bien preciosas, jefe.

~ ¿Qué más?

~ Pues: la mayoría traen ropa, en una trae un chingo de discos de Lady Gaga, en otra trae unos osos de peluche, unos relojes de mesa, hasta de arena, trae un telescopio, una lámpara de mano y como dos o tres lamparas de esas bien chistosas chinas.

El anillo de mi dedo anularWhere stories live. Discover now